31 de diciembre de 2008

DEL ÚLTIMO DÍA DEL AÑO

SIMS
Siempre he pensado que el último día del año es un día del que no puedes escapar. Es como tu cumpleaños: es inevitable. Álex me encarga comprar uvas para esta noche. Él tiene que trabajar en FNAC. Yo no es que no quiera uvas. Tampoco es que quiera. No me gustan las uvas. Pero es el último día del año. Se hacen excepciones en favor de la tradición. Bajo al Día. No hay mucha gente, cuatro viejas. Parece un día normal. Tampoco hay uvas. Bajo a El Corte Inglés. Al entrar, me veo en un espejo. Pienso que tengo que comprar un peine. Bajo al supermercado y veo cientos de miles de personas comprando. Respiro hondo. Nado entre la multitud. La gente compra comida con tanta ansiedad que me extraña que no devoren las angulas allí mismo con el envase de plástico y todo. Veo gritos en sus ojos. Sorprendentemente, alcanzo una bandeja de uvas sin morir y empujo culos y codos hasta las cajas. Tras quince minutos, pago y salgo del centro bordeando una montaña de reserva de uvas verdes, rojas y amarillas. No sabía que existían uvas de esos colores. ¿Será por eso que está lleno El Corte Inglés y el Día no?

En un incomprensible acto de masoquismo extremo, vuelvo a entrar con idea de comprarme el peine. Hay una ley implícita en los centros comerciales: cuanto más sencillo es el artículo que buscas, más difícil es de encontrar. La gente compra a mi alrededor, parecen sims. Yo parezco uno de los osos locos del zoo que dan vueltas y no van a ningún sitio. Pasa el tiempo. Ya no recuerdo por dónde he entrado ni sé salir. Pienso que deberíamos escribir un espectáculo sobre un centro comercial. Luego pienso: "Mierda. Ya lo hicimos". Un altavoz nos desea felices compras en nombre de El Corte Inglés. "Felices ventas a ustedes", respondo mentalmente. ¿Será por eso que El Corte Inglés está lleno y el Día no? ¿Porque el Día no nos desea feliz nada? Mi ropa empieza a oler a colonia de muestra. Empiezo a entender qué pasa: aquí todo está ordenado por marcas y los peines no tienen marca. Se dice que en todo caos existe un cierto orden. Al revés, supongo que existe el caos dentro de este orden absoluto: soy yo. Al final, encuentro un peine entre móviles y compresas. "¿Te lo envuelvo para regalo?". Delirante. Ahora estoy en casa, esperando a Álex. Peinado y con las uvas en la nevera. Esperando pasar una nochevieja íntima en este piso de Madrid tan lleno de nosotros. Si un piñón de uva atravesado en mi garganta acaba con mi vida, quede este texto como mi legado. Os deseo un nuevo año muy feliz, lleno de alegrías y misterio. Y os deseo también una celebración de nochevieja que se parezca lo menos posible a comprar en El Corte Inglés. Entre todos podemos conseguirlo. ¡No somos sims!

21 de diciembre de 2008

HAIR 2: Final Results

La mayoría de la gente me dijo que era imposible, que tenía el pelo demasiado rizado. Se rieron. Dijeron que estaba loco. Que no me iba a quedar bien. La mayoría de la gente, sin mala intención, me desanimó. Pero yo soy cabezón y muchas veces hago las cosas aunque sea por llevar la contraria al mundo entero. Así que me refugié en la mirada de quienes respondieron con una sonrisa en vez de fruncir el ceño cuando se lo conté. Gracias a todos vosotros por ese cariño. Una postura positiva es tan importante, algunas veces... He pensado que si hubiera hecho caso a todas esas otras personas, ni siquiera lo hubiera intentado. He pensado que hay mucha gente en nuestro entorno con esa tendencia a desilusionar. Lo hacen sin querer. Seguramente son personas asentadas en rutinas con miedo al cambio y al riesgo, y proyectan ese miedo en ti. Pero las ilusiones, los riesgos de cada uno son suyos y de nadie más. Las cuatro horas de peluquería me dieron qué pensar. Pensé que a partir de ahora haría siempre todo lo que se me pasara por la cabeza que sintiera que me apetece de verdad. Sin miedo. Porque una vida sin aventura, sin riesgo, sin ilusión no vale la pena. He quedado muy contento con el resultado, la verdad. No me lo esperaba. Ahora hay que ver cómo evoluciona. Supongo que se irá ondulando, pero no me importa. Siento que de verdad decido sobre mí mismo. Que tengo el control de mis deseos. Que soy libre. Os animo a reflexionar: "¿Qué es aquello que siempre habéis pensado en hacer y siempre os han pesado las excusas?". Hacedlo. Yo a partir de ahora trataré de, ante la duda entre hacer o no hacer, siempre hacer. No importan los resultados. Desde la cosa más tonta a la más profunda. Desde lo más nimio a lo más estrambótico. Vale la pena. Y ahora decidme: ¿qué os parece el resultado? Sed buenos, que soy un chico sensible. Gracias.

14 de diciembre de 2008

EN ESTAS FECHAS TAN SEÑALADAS

"Porque en esta tierra ya no hay caridad, ni nunca la ha habido, ni nunca la habrá" (Villancico popular)


SOUTH PARK


Hoy me he fijado bien: es una vaca. La casa en la que vivo ahora tiene un balcón que da a la calle; una calle peatonal delante del mercado de Collblanc. Pasa mucha gente durante todo el día, sobretodo en estas fechas tan señaladas. Eso propicia la proliferación de manteros vendiendo piratería o bien absurdos artilugios con motivos navideños. No me importa, la verdad. Pero desde hace una semana hay justo bajo mi balcón una china vendiendo muñecos musicales a pilas. Eso sí que no lo aguanto. Se trata de que desde la intimidad de mi tranquilo comedor, tengo que soportar durante todo el día lo que se supone son villancicos compuestos por pitidos acelerados y muy fuera de tono. Una melodía (por llamar así ese grito mecánico) de diez segundos repetida una y otra vez durante horas. Dan ganas de tirar una maceta sobre el maldito juguete del que proceden y hacerlo pedazos. Hoy, al salir a la calle, me he fijado en el trasto bailarín: es una vaca.

No quería escribir el típico post anti-navideño, pero tendríais que encontraros en mi situación. La Navidad tiene un montón de cosas positivas que no tienen nada que ver con celebrar el nacimiento de Jesús, ni con comprar regalos como locos, ni con esa odiosa vaca loca de abajo. La Navidad podría ser bonita y positiva, y en algunos aspectos lo es; sobretodo con los niños, algunos niños. El problema es que una sociedad enferma no puede tener otra cosa que una Navidad patológica: y eso es lo que tenemos, en general.

La vaca se mantiene sobre sus patas traseras. Tiene los ojos fuera de sus órbitas, como dos pelotas de ping-pong. La lengua fuera. Y mueve la cabeza en círculos, como dibujando ochos en el aire a gran velocidad. Parece mentira que pueda aguantar el equilibrio. Al verla, me produce una mezcla entre terror y compasión. Parece que está pidiendo a gritos que la desconecten: eso se llama eutanasia. Y me dan ganas de comprarla, después de lo que la he odiado. La veo como una víctima y representación de esta época del año. La Navidad también es una vaca agonizante de rostro desencajado bailando un villancico con vehemencia. Pero no la compro. Pienso que si lo hago, mañana tendrán otra vaca igual bailando en el mismo lugar. Nada habrá cambiado y yo tendré una vaca loca en casa que no sabré dónde poner. Así que aparto la mirada hacia otro lado, como hacemos al ver ciertas tragedias del tercer mundo. ¡Pobre vaca psicótica! ¡Pobre tercer mundo! ¡Pobre Navidad! ¡Pobre yo! En estas fechas tan señaladas, la compasión y la culpabilidad están a la orden del día. Sólo espero que vosotros no tengáis balcón para que paséis una feliz Navidad. Pues eso... a disfrutar, si os dejan.

5 de diciembre de 2008

EL CAZADOR DE DRAGONES

Había una vez un chico que soñaba con ser cazador de dragones. Desde pequeño, era lo que más deseaba en esta vida. Así, para cumplir su máxima ilusión, al terminar la escuela, empezó a prepararse: entrenó, hizo todo tipo de cursos, leyó montones de libros sobre el tema. Finalmente, consiguió acceder a la escuela de cazadores de dragones donde estudió duramente sacando excelentes notas y aprendiéndolo todo acerca de los dragones. De esta manera, se convirtió en licenciado en caza de dragones y luego hizo un master. Habiendo dedicado sus mejores años a prepararse, por fin estaba listo. Y así salió al mundo para dedicarse a aquello que tanto anhelaba. Pero una vez allí, se dio cuenta que los dragones no existen. Y se dedicó a ser profesor en la escuela de dragones.


No mentí a Raquel cuando le dije el sábado pasado que estaba empezando a aterrizar en Barcelona. "¿Después de seis meses?", dijo. Es evidente que algunas cosas requieren su tiempo y que otras pueden tardar toda la vida en suceder, o no suceder nunca. Yo soy lento, me lo dicen. Y tardón... pero al final llego. Aquí estoy. Lo que no sé es dónde he estado todo este tiempo. Parece que mi alma se perdió en algún lugar del camino de vuelta. Es una pena ya que te pierdes un montón de cosas.

Esta semana, después de seis meses, conseguí convalidar correctamente las asignaturas que cursé en Glasgow. Estaba indignado. No me podía creer que fuera tan difícil, que los de la secretaría de la facultad fueran tan incompetentes. Siempre te falta un papel, ¿os suena eso? El lunes decidí plantarme allí personalmente, después de varios retrasos y errores por su parte. El lunes conseguí cuadrar mi agenda con sus horarios de apertura ya que para los que trabajamos por la mañana los bancos y las secretarias son sólo algo de lo que hemos oído hablar alguna vez. Llegué antes que abrieran para ser el primero y esperé allí tieso cargado de educación, paciencia, firmeza, humor y cabezonería. Me atendió un chico engominado y con muchos músculos. No pegaba mucho con una secretaría de filosofía. Llevaba una camiseta tan ajustada que más que vestirse parecía que se había envasado al vacío. Para que os hagáis una idea de la cantidad de problemas que ha causado mi tan aparentemente sencillo expediente, al decirle mi nombre, respondió: "Ah, eres tú". Me pidió cosas, habló con su superior. Le dijo: "Es ese". Y aproveché para entrar a la oficina. Seguramente me salté algún protocolo o algo, pero me dió igual. Me negué a volver de nuevo con más documentos y les amenacé con aparecer allí todos los lunes como una pesadilla que se repite hasta que lo arreglaran. Al cabo de dos días, mi expediente estaba al día.

Aunque este tipo de problemas son muy habituales, uno puede ponerse metafísico y sacarle conclusiones si le apetece. Puede pensar que hasta que no he estado aquí en cuerpo y alma, tampoco lo ha estado mi expediente. Tener trámites pendientes con Glasgow es como tener un pie en Barcelona y el otro en una nube. Como un gordo que no puede adelgazar hasta que no admite que realmente está gordo. Yo no he vuelto hasta que no he sido consciente de que todavía no estaba aquí del todo. Y es fácil adivinar por qué esta manía mía de no querer aterrizar del todo. No quería ver. No quería darme cuenta. Es como si por primera vez supiera que los dragones no existen y es tremendamente doloroso. Y no quiero acabar dando lecciones de la negación del mundo, así que me siento perdido. Quiero dar un salto en positivo y no sé cómo. Esto es el estar aquí que no quería, pero aquí estoy: hola a todos.