"No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía" (Gustavo Adolfo Bécquer)
¡Basta ya de poemas! Los versos (mis versos) están acaparando este blog en las últimas semanas y ya estoy con mono de prosa. Y sí, muy bonito todo, pero ya está bien (de momento) de tanta métrica regular y tanta sinalefa. Que se vayan a la porra, por un tiempo, la consonancia de la rima y los hiatos y los diptongos y los triptongos. Dicen que escribir poesía es liberador y te limpia el alma pero, tal como yo lo planteo, resulta agotador. Es como tratar de meter una nube en un tarro de cristal. Uno pequeño, con una tapa de metal; de esos que venden en el supermercado llenos de garbanzos. Imaginaos tratando de cerrarlo manteniendo la nube dentro y que no se escape nada y que no pierda su forma, ni su color, ni su esencia. Si no te vuelves loco, al final consigues cerrarlo de alguna manera y lo colocas encima de la mesa del comedor; o se lo regalas a alguien.
—Toma: una nube.
—¿Y para qué quiero una nube en un bote de cristal si cuando quiera puedo verlas flotando libres en el cielo?
Y no le faltará razón. La verdadera poesía está en las cosas, no en las palabras. Reducimos la belleza de la vida a unas pocas sílabas. El lenguaje, aunque no lo parezca, es muy pobre comparado con todo lo demás. Explicadme qué es el amor, qué es la tristeza; decidme cómo es un orgasmo, cómo es ver morirse a un hijo; contadme qué es parir, qué es felicidad y qué no lo es; quién somos en realidad por dentro. No cabe nada de eso en cien libros de filosofía.
El lenguaje es escaso pero es la mejor manera que tenemos de expresarnos. Y si, por un lado, banaliza la existencia, por otro te da la opción desde los poemas de elevar el sentido de tu propio idioma. Por eso escribo poesía. Lo que pasa es que me hace sufrir. Y se me clava como un puñal tónico cada sílaba que no me cabe en un verso; y no duermo si lo dejo mal medido. Por eso no soy un poeta. A pesar de lo que digan muchos, si el arte te hace sufrir es que hay algo que no estás haciendo bien. Intuyo lo que es, pero hoy me lo callo. ¡Viva la prosa!
Paradójicamente, lo que no quiero para mí mismo lo quiero para el mundo. Ha ocurrido recientemente un hecho curioso y, según yo valoro, muy positivo. Joaquín Sabina, que hace tiempo que juega a ser una especie de Quevedo posmoderno para alegría de sus fans (entre los que me incluyo), publicó en Interviú un poema apoyando a Zapatero, pidiendo el voto útil en favor del PSOE y dejando de lado al pobre Gaspar Llamazares de su antiguamente defendida Izquierda Unida. Hasta aquí todo normal, muy sabinero (o sabinista). El caso es que Llamazares se ha enfadado mucho por ese gesto, ya que no le sobran los votos al pobre, y ha contestado a Sabina escribiéndole otro poema también en Interviú, adoptando así por momentos el papel de Góngora. ¡Qué maravilla! ¿No os parece?
Estoy convencido de que el mundo sería un lugar mejor si los políticos se escribieran poemas unos a otros en vez de discutirlo todo. Me imagino que en vez de un debate televisado entre Zapatero y Rajoy, publicara el presidente un soneto en El País como crítica al líder del PP y éste contestara con unas coplas de pie quebrado en El Mundo. ¿Os imagináis a Bush escribiendo pareados a Sadam Hussein en vez de bombardear Iraq? La poesía, aunque me haga sufrir, es un gran tesoro porque vuelve bello todo lo que toca. El peor de los poemas está lleno de belleza. Así como nosotros somos bellos en la medida en que existimos. Son bellos cada uno de nuestros momentos: en Glasgow, en Barcelona... ¡Es tan difícil hablar de ellos! Son poesía, son bellos. Así como nosotros. Es una pena que muchas veces nos olvidemos de eso.