27 de agosto de 2008

ENTRAÑAS

Saben aquel que diu que es una obra en construcción y llega la hora de comer. Todo el mundo saca sus fiambreras y sus bocadillos. Y eso que un obrero saca su bocadillo, lo abre y dice: "¡Mierda! Otra vez tortilla de patata". Coge el bocadillo y lo tira. Al día siguiente, suena la sirena, hora de comer. Abre el bocadillo y dice: "¡Mierda! Otra vez tortilla de patata". Coge el bocadillo y lo tira. Al tercer día la misma operación; coge el bocadillo, lo abre y dice: "¡Mierda! Otra vez tortilla de patata". Coge el bocadillo y lo tira. Al cuarto día, coge el bocadillo y, sin abrirlo, lo tira. Y un compañero le dice: "¿Por qué lo tiras sin saber lo que hay dentro?". Y le responde: "¡Cómo no lo voy a saber si me los preparo yo!".

(Eugenio)



Cuando cuento que odio mi trabajo no sé si transmito realmente hasta qué punto desprecio lo que hago. No sé si sabéis de verdad la repugnancia que me produce. El rechazo, la repulsión. No sé si soy capaz de expresar el profundo asco que me produce levantarme y pasar allí cuatro horas todos los días. Imaginad un estercolero putrefacto. Ratas muertas. Imaginad que alguien os vomita en la boca. O que aplastáis con el pie la cabeza de una ardilla y se le sale el cerebro por los ojos. Imaginad lo más asqueroso que vuestro estómago pueda resistir sin devolver y después imaginadme a mí respondiendo el teléfono. Ese es mi trabajo. Así cada mañana; mal sentado en mi posición y con la obligada sonrisa telefónica con mierda entre los dientes. No voy a quejarme de los clientes, del catetismo generalizado ni la mala educación porque el cliente siempre tiene la razón; es decir, que es la víctima. Pero el sistema, señoras y señores, no funciona. Y, lo más importante, yo no tengo la culpa. No me pagan lo suficiente como para ejercer de cabeza de turco del neoliberalismo, vapuleado a media jornada; sobre todo si no me dan herramientas para aportar soluciones.
Imaginad un torso humano abierto en canal y a mí manipulando sus entrañas. Imaginad un manojo de tripas blancas chorreando sangre y restos de comida. El hedor de las vísceras, la bilis, los excrementos. Ese es mi trabajo. Llama un cliente quejándose de que algo huele a podrido en Dinamarca. "Disculpe, señor, ¿sería tan amable de oler su propio culo?", respondo yo. "Es que ahora mismo no me llego, ¿sabe?". "¿Y no puede llamar a un vecino para que se lo huela?". No se trata de solucionar nada. Se trata de seguir el argumentario. Eso lo aprendí el primer día.
De los nueve trabajadores que entramos a finales de julio ya lo han dejado cuatro. Y ninguno de los que quedamos tiene intención de seguir durante mucho tiempo. Mi hermano me dice: "Lo estás haciendo lo peor posible para que te echen, ¿no?". Y yo digo: "No, lo estoy haciendo mal, como de costumbre". Estuve dos años en otro servicio haciéndolo tan mal como ahora. Pero allí llamaban menos.
No pierdo la esperanza, no creáis. Confío en no pasar el período de prueba que termina esta semana. Una compañera veterana me da esperanzas: "¡Cuánta gente! Cuando vuelvan los que están de vacaciones no vais a caber". Espero que me den la patada. Y que sea pronto. Antes que el olor de las entrañas del personal quede impregnado en mis manos para siempre. Y si no me echan... no temáis. No estoy acabado. Tengo un as en la manga. Pero eso lo cuento otro día.

21 de agosto de 2008

LAS PARADOJAS DEL ZOO

"La vida es un zoo en una jaula" (Peter de Vries)

CABOT
Ya sé lo que estáis pensando. Parezco Jack Nicholson en El Resplandor. Tenía que ponerla.

Hace unos días, fuimos al zoo Álex, mi hermana y yo. Hacía muchos años que no iba al zoo de Barcelona. Es uno de esos sitios al que sólo vas si eres niño, padre o novio. Es para las familias. Hasta los turistas que hay son familias. Y tengo que decir que me pareció un lugar precioso y triste. Las dos cosas. Aunque suene paradójico.

La parte más bella son los animales. Las hembras con sus hijos, ver su relación. La parte triste es pensar que echen de menos África o que directamente hayan nacido en cautividad. En ese caso, se deben conformar con soñar con ella. Impresiona, si lo piensas, ver a los animales encerrados. Atrapados en sus jaulas. Tan bien cuidados y, sin embargo, privados de libertad. Dan pena. Todo lo que el hombre es capaz de hacer por ellos no es nada como lo que ellos hacen por sí mismos viviendo en su hábitat natural.

Me llama la atención cuando miramos, por ejemplo, a los monos y nos sorprende lo humanos que parecen algunos de sus gestos o comportamientos. ¡Parecen personas! Como si eso los hiciera mejores, pobres monitos. Como si ser humano fuera el súmmum de la existencia. El colmo de la evolución de los seres vivos. Con lo que molaría ser monito.

Antes se iba al zoo de Barcelona a ver a Copito de Nieve (en paz descanse) o a la orca Ulises. Eran las estrellas. Ahora ya no hay estrellas, aunque nos traten de vender el fichaje de los lemures. En mi opinión los suricatos son más carismáticos. Ahora los demás destacan y es más justo. Aunque vendan menos entradas. Es como una película coral independiente de la que sobresale la actuación de los delfines. Se les ve tan a gusto en su piscina, tan felices jugando con sus cuidadores, tan disciplinados, tan divertidos que te hacen olvidar toda tristeza, toda contradicción, toda paradoja.

13 de agosto de 2008

NIÑOS Y MAYORES

"Por lo que hago / no sé si perderé a los ángeles del Cielo / pero he ganado a los niños de la Tierra" (Gloria Fuertes)

MATTEL

Quien crea que la vida no tiene sentido no cree en la magia. Ni ha conocido el amor. Ni ve el paso del tiempo como un renacer continuo, un aprendizaje hermoso, un infinito aprecio por lo que a nuestro alrededor nace y renace. Miro a la gente mayor, a mi abuela, absolutamente sabia, tiernamente lúcida y creo ciegamente. Tal como ella ve y ama a los suyos. No encontrar el sentido de las cosas es buscar en el lugar equivocado. "Menos cabeza y más corazón, por favor", le digo por las mañanas al flaco del espejo, aunque a veces no me escuche.

Conocí al bebé de mi amiga Ainhoa: Lúa, ese milagro. Esa hermosa personita nueva en el mundo. Tan pequeñita en los brazos de su madre que la ha guardado celosamente en su cálido vientre durante nueve meses. Ahora se miran cara a cara y es la magia al cuadrado. Es tan raro y bonito; hace tan poco Lúa no existía y ahora está aquí y ya se la quiere con sólo mirarla... ojos tan enormes, boquita llorona. Y ya va a estar siempre aquí y formará parte de nuestras vidas, siempre. Y nosotros de la suya. Lo intento, pero no consigo imaginar cómo será cuando sea mayor. Lo mismo le ocurre a Álex con su sobrina Laurita, a quien me muero por conocer. Es maravilloso entender a nuestros mayores a través de nuestros niños. Esos niños que nosotros fuimos y con los que tanto nos divierte jugar. Yo sigo siendo un niño cuando estoy con mi abuela. Y cuando miro a mis padres a los ojos. Lo raro es cuando he cogido en brazos a Lúa, tan chiquitita e inquieta. A los niños no les dejan coger en brazos a los bebés. Pero a mí sí y sólo tengo una explicación para eso: magia.