29 de diciembre de 2009

NO SOMOS TRUMAN

"¡Socorro! ¡Estoy siendo espontáneo!" (Jim Carrey, El Show de Truman)

PARAMOUNT
Ayer dieron El Show de Truman en laSexta. Me gustan mucho las películas que pone laSexta. Eso no dice mucho en favor del cine actual. En laSexta dan pelis de los ochenta y de los noventa que se supone que ya no quieren las otras cadenas de televisión. Pero a mí me encantan. Me gustan más que los grandes estrenos de pelis de ahora que ponen las emisoras ricas. Será una cuestión de nostalgia, no sé.
Yo no suelo hablar de cine aquí en Nihilantropía. Principalmente porque cuando veo las películas de moda, ya están pasadas de moda. "¿Y a quién le importa lo que opine yo de una película?", pienso. Belén Esteban, icono posmoderno, dice que ella no es periodista, es colaboradora; que su trabajo es opinar. No le falta razón. Al menos ella lo tiene claro. Cada vez hay menos periodistas y más opinadores. Y la sobresaturación de opiniones llega tan lejos que ya no se distinguen unos de otros y no sabes qué han estudiado (o si han estudiado algo) los que escriben en prensa, hablan en las tertulias de radio y televisión o tienen blogs de internet. En resumen, que yo tengo opinión pero no opino porque ya lo hacen otros por mí. Y mucho.
Sin embargo, hoy les cuento que me encanta El Show de Truman. Me excita contradecirme. Hoy que no entiendo el Hollywood actual con sus revoluciones visuales. Hoy que triunfan las tres dimensiones de Avatar y esa moda de hacer que los actores reales se parezcan cada vez más a dibujos animados. No sé ustedes, pero yo prefiero el rostro de un actor de verdad sin retoques digitales aunque no se salga de la pantalla. Y los buenos diálogos. Las buenas historias. Aunque hayan dejado de ser rentables.
Truman acepta el mundo tal y como se lo han presentado. Así las nuevas generaciones aceptan el cine actual tal y como es por mucho que yo me queje. Los adolescentes corren como locos a ver Crepúsculo a los cines mientras yo frente al espejo del baño imagino que una cámara no pierde detalle de mis lamentos. Vivo jugando y sueño que miles de teleobjetivos me observan. Que soy el centro del mundo y que millones de personas al otro lado están pendientes de todo lo que hago y me quieren, me siguen y les importo.
Lo mejor de Truman es que todos nos identificamos con él. Sus ilusiones, sus frustraciones, su optimismo, sus traumas, su tristeza. Sufrimos igual que Truman aunque, de alguna manera, lo tengamos todo. Vivimos la vida que otros han planeado por nosotros. Reaccionamos como se espera que reaccionemos. Somos patrones de comportamiento. Somos conductas prefabricadas. Somos vidas diseñadas por expertos. Somos previsibles.
Truman sufre porque es incapaz de llevar a cabo sus decisiones, todo aquello que se propone. Siempre hay algo que le impide salirse de su monótona vida perfecta. Pero un día, descubre que todo lo que le rodea es mentira y hay un mundo más allá del plató del que nunca ha salido.
Ese es Truman. Pero nosotros, por más que queramos, no somos Truman. Nuestras vidas son lo que son; son vidas reales y no hay nadie mirando al otro lado del espejo. No hay nadie con nosotros cuando estamos solos. Nadie al otro lado. Es así. Por eso me gusta El Show de Truman. No sé ustedes pero yo más de una vez hubiera querido que todo fuera mentira. Coger un barco y navegar hasta los límites del plató. Subir la escalera, abrir la puerta y salir al mundo verdadero en el que la libertad es posible a empezar de nuevo.
Y por si no nos vemos luego... Buenos días, buenas tardes y buenas noches.

22 de diciembre de 2009

DESPERTARES

"Sus ojos, de tanto mirar entre las rejas, están tan cansados que ya no pueden ver otra cosa. Para él, es como si hubiera mil rejas y tras esas mil rejas no existiera el mundo" (Robin Williams, Despertares)

NEW LINE
Suena el despertador. Lo golpeo. Se apaga. No importa la melodía que elijas: duele. Por mucho que puedas pagar, nadie inventará para ti un despertador agradable. Me levanto en la oscuridad de las nueve de la mañana. Me tropiezo con una zapatilla. Me resbalo con un calzoncillo. Tengo más ropa en el suelo que en el armario. Media hora más tarde, salgo a la calle. Llueve y la gente se golpea con los paraguas al cruzarse. Es Navidad. Buenos días, Barcelona.
Media hora más tarde, me siento frente a uno de los ordenadores de mi empresa. Abro el SAP, el Mygest, el RightFax y el Outlook Express. Aprendo cosas que nunca van a servirme para nada. Me coloco el auricular y abro el teléfono en pantalla. Una voz por detrás de mí, en tono de supervisor al que han programado para no expresar las emociones, me dice:
No te pongas aquí. Pregúntale a tu coordinadora dónde te sientas hoy.
Hago lo propio y mi coordinadora elige un lugar para mí claramente al azar y sin darle ninguna importancia. Me siento. Abro el SAP, el Myges, el RightFax, el Outlook Express y el teléfono en pantalla. Respondo un par de llamadas con desinterés. La voz aséptica del coordinador programado para dar órdenes desde una amable frialdad ataca de nuevo:
Si no te importa, mejor no te sientes aquí. Es que necesitamos este ordenador.
Ya, pero es que mi coordinadora me ha dicho que me ponga aquí.
Ya, pero es que yo soy tu supervisor y te digo que te cambies.
Ya, pero es que tú me has dicho que le pregunte a ella.
Da igual. Ahora cámbiate.
Saco un detonador del bolsillo interno de mi americana con un enorme botón rojo y cuatro luces. Aprieto el botón y hago explotar el edificio entero.

Suena el despertador. Lo golpeo. ¿Estoy despierto? Me incorporo. Cojo ropa del suelo. La huelo. Me visto. Me lavo la cara con violencia. Observo al tipo que me observa desde el otro lado del espejo.
Una hora más tarde, estoy respondiendo llamadas de clientes muy nerviosos. Es la semana de Navidad. Quieren que sus pedidos lleguen antes de Nochebuena. No les importa que haya un temporal de nieve en toda España. No les parece razonable. Tratan de discutir conmigo. Oigo de fondo a los niños de San Ildefonso. Quieren tener a sus clientes contentos, más allá de las posibilidades reales del negocio y quieren cenar con sus familias en Nochebuena y quieren ganar la lotería. Yo también quiero. Pero no he comprado ningún boleto.
Me levanto un momento de mi posición. El aliento rancio de mi supervisor susurra:
Cuando te levantes, recuerda ponerte en "trabajo administrativo". Y no les digas a los clientes "hasta luego".
Estoy desnudo en medio de la oficina. Todos me observan. No sé dónde esconderme.

Suena el despertador. Dos horas después, estoy en la oficina. Nos han cortado internet. No quieren que entremos a internet. Quieren que cojamos llamadas. Pero si no hay llamadas, no quieren que hagamos nada. Sólo estar ahí y esperar a que entren más llamadas. Por eso nos han cortado internet.
Bajo al segundo piso. Me han dicho que al final nos van a dar un lote. La recepcionista pregunta mi nombre. Busca en una lista para saber si me corresponde lote bueno o lote malo. Me da una caja con tres vinos de baja calidad. Le digo:
Prefiero que me lo deis prorrateado. Como las pagas. Un vaso de vino al mes.
Salgo al pasillo. Llamo al ascensor. Se abren las puertas. Entro, pero no hay ascensor. Caigo por el hueco. Grito desesperadamente. Caigo. Caigo. Caigo. No tiene fondo.

Suena el despertador. Lo golpeo. ¿Qué día es hoy?

16 de diciembre de 2009

ALUCINACIONES

Dedicado a Ally McBeal.

COLUMBIA

Cada mañana es lo mismo, vivo en la era glacial. Suena el despertador y todo mi cuerpo mantiene el calor bajo el nórdico excepto mi rostro congelado y los dedos que sobresalen tímidamente al frío exterior. Me salen de los orificios nasales dos estalactitas de hielo y un pingüino me saluda desde mi escritorio justo enfrente de mí. Tras quince o veinte minutos sin moverme, salgo de la cama de un salto y a cámara rápida cojo ropa del armario, voy al baño, me encierro y enciendo una diminuta estufa eléctrica. Un monito de tamaño de persona trata de sacar la escarcha del espejo con un cepillo de dientes. Unas ratitas nadan en el bidé. Me desnudo a cámara rápida, me ducho, me seco, me visto, me voy.
Cojo el metro y tengo tanto frío que no me desabrocho la chaqueta. A mi lado, Frank Sinatra vestido de marinero canta baladas navideñas. A la hora en que yo voy a trabajar ya no reparten diarios gratuitos. Eso es algo de lo que no me siento orgulloso. Todavía no he expulsado la piedra, pero el viernes pedí el alta. Estando de baja sólo cobro el 70% de mi sueldo. Me duele, pero menos. Así que voy a trabajar y sentado delante de mí, un triste abre y cierra la boca como un pez debajo del agua.
Entro a la oficina. Me dirijo a la mesa de mi supervisor. Me dice: "Hola". Le entrego el alta. Es Stay Puft, el hombre de malvavisco de Los Cazafantasmas. No me pregunta cómo estoy. Me dice que me siente a trabajar, que ya se la entregaré luego. Voy a mi puesto de trabajo que en realidad nunca es el mismo. Debajo de mi mesa hay un niño jugando con playmobils. Me siento. A mi izquierda, Mickey Mouse. A mi derecha, Jane Austen. Empiezo a coger llamadas una detrás de otra a cámara lenta. Paso faxes. Tomo nota de reclamaciones. Envio e-mails. El niño me estira del bajo del pantalón para que juegue con él. Llamo a clientes. Apunto cosas en pósits. Puedo ver al triste mirándome sentado enfrente de mí, detrás del ordenador. Mickey Mouse me explica que una coordinadora se enrolló con dos tíos diferentes en la cena de empresa la semana pasada. Y que me lo he perdido.
Tiembla el suelo. Se acerca Stay Puft. Me dice: "¿Tú no tenías que darme el alta?". Le doy un puñetazo en la panza y explota llenando toda la oficina de malvavisco. Jane Austen me dice que pensaban que me habían despedido. Nadie les decía nada de mí y la semana pasada despidieron a un chico. Querían obligar a los de jornada completa a trasladarse a trabajar a Sant Cugat, así que este chico se informó y descubrió que, según convenio, estaban obligados a pagarles desplazamiento y dietas. Se lo dijo a todos los compañeros por e-mail. Al día siguiente, a la calle por "bajo rendimiento". Tiembla el suelo. Stay Puft se acerca regenerado. Es inmortal. Me dice que al final del día le mande un e-mail comunicándole la cantidad de e-mails que he enviado hoy. Le digo que no me acuerdo. Me dice: "Tendrías que acordarte". Le arranco la cabeza y la chuto por la ventana.
Termino mi turno. Recojo mis cosas a cámara rápida, me pongo la chaqueta, la bufanda, salgo del edificio. Por la calle, Frank Sinatra me persigue cantando villancicos en inglés acelerados. El monito se cruza delante de mí y sube a un árbol. Me llaman al móvil:
Hola. Te llamo de la mútua del trabajo. Era para saber cuándo te darán el alta y volverás al trabajo.
No entiendo nada.
Pues ya he vuelto. A no ser que no me haya despertado todavía.
Let it snow, let it snow, let it snow...

7 de diciembre de 2009

YO QUE CALLO

"Yo que callo, piedras apaño" (Dicho popular)

WARNER
Son las ocho de la mañana y en la sala de espera del ambulatorio sólo estamos una anciana con cara de susto, un gordo con su pantalón de chándal manchado de pintura y su madre y yo. Es lunes, puente para muchos. Yo tengo cita para una analítica de sangre y orina. Llevo una semana de baja por piedras en el riñón. Sí, ya tuve piedras en el riñón. Y sí, sigo teniendo. Y sí, bebo mucha agua, gracias por preocuparos.
Entro a la consulta. Como no hay mucha gente, tengo tres enfermeras para mí. Pero en vez de atenderme más, lo que hacen es dedicarse a hacerse bromas entre ellas y yo no existo. Una vez que me sacaron sangre, me desmayé. Lo recuerdo. Tenía ocho años. La enfermera me pincha y dice:
¡Qué raro es pinchar sentada!
Yo miro una mancha que hay en la consulta donde se junta la pared con el techo. La enfermera me pregunta si me mareo y le digo que no. Su enfermera amiga comenta:
Pues te has puesto completamente blanco.
Gracias, eso ayuda mucho. Noto la sangre salir. Es como si me vaciaran entero. Como ser una bañera llena de la que alguien quita el tapón. Empiezan a silbarme los oídos y unas manchas azules adornan mi visión.
La otra enfermera amiga dice:
Pero si tú eres un hombre grandote. Al final a los más grandotes es a quien les pasan estas cosas.
¿Hombre grandote? ¿Yo? Yo soy un niño. Tengo ocho años. Quiero a mi mamá.
La enfermera termina de sacarme sangre. Me dice que tendré los resultados dentro de diez días. Me pone un algodón con una tirita y se me queda mirando en silencio. Las tres enfermeras amigas me miran fijamente.
¿Me puedes dar un algodón con un poco de alcohol para olerlo? le pido.
En realidad quiero una piruleta.
Cuando eres un hombre, se te suponen por prejuicio toda una serie de cosas con las que tienes que cargar toda la vida. Que eres fuerte. Que eres valiente. Que no necesitas expresar tus sentimientos. Que no sabes escuchar. Que no lloras, ya que "los hombres no lloran". Y otras cosas menos importantes como que sólo piensas en el fútbol y en follar, que no sabes cocinar, que eres un guarro o que no puedes hacer dos cosas a la vez.
Mi bisabuelo Juan fue un gran hombre al que nunca vieron llorar y murió porque una piedra del tamaño de una pelota de golf le taponó la vejiga. Mi abuelo Simón, que no era hijo de Juan sino yerno, no tuvo nunca piedras en el riñón y murió joven pero por otra clase de excesos. Mi padre Juan, nieto directo de Juan, bautizado así en su honor tras la muerte del primero, ha generado muchas piedras en sus riñones a lo largo de los años. Sin embargo, tampoco se le ha visto llorar hasta la fecha.
Y aquí estoy yo: Iván/Juan, hijo de Juan, bisnieto de Juan; yo que no lloro aunque lo intento y con mis juanescas piedras de riñón. Los médicos dicen que es predisposición genética. Sin embargo, mi hermano Simón, nieto de Simón, nunca ha tenido piedras. Con todos mis respetos a los médicos, yo a esto lo llamo "fidelidad al árbol genealógico". En mi familia, como en muchas otras, durante mucho tiempo, a los hombres no se nos ha permitido llorar. Y ese llanto reprimido, al menos yo lo entiendo así, se ha enquistado en piedras de tristeza.
Recuerdo que mi padre también se mareaba cuando le sacaban sangre. Y que también se callaba el decirlo. Y que le dolían las piedras así como a mí me duelen. Bebo litros y litros de agua, pero mi piedra de tristeza no sale. Ahora me han derivado al urólogo para ver qué opina. Tarde o temprano saldrá, eso seguro, aunque me cueste el trabajo (pienso que quieren despedirme). Pero la verdad, me da igual el trabajo y hoy que me duele menos le estoy cogiendo incluso hasta cariño a mi pedrusco de lágrimas. Me está haciendo reflexionar sobre muchas cosas. Y empiezo a creer que es verdad esa frase que un sabio dijo alguna vez: "el dolor es mi maestro". En fin, que en cuanto la expulse de mi cuerpo os aviso. Manteneos atentos.

29 de noviembre de 2009

PROBABLEMENTE YO

Yo que inclino la cabeza. Yo que tengo piedras de riñón. Yo que tiendo a declararme culpable. Yo que soy contradicción.
Yo que me rasco las heridas. Yo que me levanto con el mismo pie. Yo que no sé cómo escapar. Yo que recuerdo las promesas incumplidas. Yo que sufro una verdad inverosímil.
Yo que banalizo la desidia y ensalzo los pormenores. Yo que no me olvido de mis sueños. Yo que compro ropa de inseguro. Yo que sigo el Gran Hermano. Yo que no pido perdón por disculparme.
Yo que me froto los ojos. Yo que no me dejo consolar. Yo que lamento no estar contigo los días de lluvia. Yo que espero un autobús que nunca llega. Yo que me pierdo en mi propia vida.
Yo que no solía creer en el amor. Yo que tocaba la guitarra. Yo que confiaba ciegamente en mi ignorancia. Yo que colecciono las carencias de los otros. Yo que me disfrazo de actorcillo. Yo que me entretengo sin ayuda de nadie. Yo que tengo alergia a las miradas.
Yo que no me río de mis chistes. Yo que me violento cuando observo. Yo que cambio de careta en cada verso. Yo que ya no suelo emborracharme a pesar de mis amigos. Yo que ponía cara de castor. Yo que soy adicto a la tristeza.
Yo que escribo tonterías. Yo que me burlo, no entiendo, me deprimo. Yo que temo las calles vacías. Yo que escucho el eco de mis zapatos.
Yo que dejo abiertos los finales.

23 de noviembre de 2009

TRASTORNOS OCULARES

MIOPÍA: Defecto visual por el que una persona percibe confusamente aquello que se encuentra lejos suyo.
Hay días en que el futuro me parece una imagen lejana y nebulosa que no logro descifrar. Como un sueño que se olvida por la mañana después del desayuno. Me imagino a mí mismo dentro de diez años, de cinco años, de un año... y no me veo. O me veo borroso, que es peor. El pasado no es más claro. Todo me parece lejos. Voy al British Council a hacer una prueba de nivel para, de una vez, titularme en estudios de inglés. Es un edificio nuevo, moderno, muy funcional. Uno de esos lugares que huelen a blanco, líneas rectas y suelos brillantes. Una escuela de inglés aséptica, inodora, como una óptica, una farmacia o un bar de moda. Un emplazamiento casi traslucido que te hace dudar de dónde estás y en qué año. Y yo entro y no sé si decir hola o hello y me hacen tomar asiento. Y me sudan las manos y mi pierna izquierda da pequeños saltos a gran velocidad. Ya casi no me acuerdo de cuando vivía en Londres y me hacían entrevistas de trabajo en inglés; ni de cuando trabajé en aquel hotel; ni de Glasgow, la University; casi no me acuerdo de haber hecho exámenes de filosofía en inglés, exposiciones orales, ni de haber hablado en inglés por teléfono con jefes, clientes, huéspedes, amigos, arrendatarios y fontaneros. Hace demasiado tiempo para verlo con nitidez o bien es que necesito gafas.

HIPERMETROPÍA: Defecto visual por el que una persona percibe confusamente aquello que se encuentra cerca suyo.
Comiendo con mis padres, les cuento que he pasado la prueba de acceso para el curso de nivel advance de inglés y que en junio podré examinarme, como yo quería. Mamá me pregunta qué nivel es ese y por qué no lo hago en la Escuela Oficial, que como lleva en el nombre la palabra "oficial" debe sonarle mejor. Papá opina sobre lo que el gobierno debería hacer con el secuestro del atunero "Alacrana". Lo ve clarísimo, a pesar de la lejanía de esos mares del sur. Les digo que quisiera dejar el trabajo y dedicarme sólo a dar clases particulares de inglés, ya que cobraría el doble por la mitad de horas y es un trabajo que, por lo menos, me motiva. Mamá lo ve como un disgusto; para ella dejar un trabajo es siempre un capricho. Les digo que no sé qué es lo que quiero hacer, pero que por lo menos lo del inglés me apetece y que no sé dónde me llevará pero que seguro que a algo mejor que a lo que podría llevarme mi actual trabajo de atención al cliente para una empresa de lentes para ópticas. Papá dice que si quiero un trabajo que me lleve a algún sitio, que me haga conductor de autobús. Y se ríe. Pero yo no le veo la gracia, aunque mi padre está sentado bastante cerca de mí.

PRESBICIA: Defecto de acomodación visual debido al paso de los años también conocido como vista cansada.
Acomodarse tiene que ver con el cansancio y también con dejar de ver con claridad. Mi trabajo resulta cada vez más fácil. Las ópticas hacen siempre los mismos tipos de pedidos y hay poca faena. Eso me hace dudar. Parece ser que esta situación va a requerir un sacrificio. Ya no sé qué es lo que vale la pena, ya que cada quien que le pregunto, lo ve a su manera. Le digo a mi abuela que me dé un consejo. Le pido que me diga según su edad, ella que ha vivido tanto y tantas cosas, qué es lo que ha aprendido de la vida. Y me dice, en una simpática exclamación: "¡No he aprendido nada!". Eso deja de nuevo el balón en mi campo. Es cosa mía. Ella no ha aprendido nada que pueda servirme, entiendo. En la vida se aprende viviendo; equivocándonos. En ese sentido, ningún consejo me haría ver las cosas con una mayor claridad.

"Se volvió hacia donde sabía que estaba el espejo, extendió las manos hasta tocar el vidrio, sabía que su imagen estaba allí, mirándolo, la imagen lo veía a él, él no veía la imagen" (Ensayo sobre la ceguera, José Saramago)

9 de noviembre de 2009

950 INTENTOS

"Si te caes siete veces, levántate ocho" (Proverbio chino)

Estamos acostumbrados a que los periódicos y los telediarios nos cuenten todos los días malas noticias. Eso, en mi opinión, provoca que tengamos una visión negativa del mundo y una postura pesimista frente a la vida. ¿Cómo se puede ser feliz en un mundo lleno de desgracias? Obviamente, no se puede. Así es como muchas personas encuentran justificación a su desdicha, como si no fueran dueños de su propio destino. "Que la vida es injusta", se dicen y sólo tienen que encender la televisión para comprobarlo. Sin embargo, todos los días existen buenas noticias que nadie nos cuenta. Tenemos una mala concepción de lo que es una noticia. Es lo que nos han enseñado. Afortunadamente, no tenemos por qué seguir al pie de la letra todo lo que nos dicen. Podemos decidir por nosotros mismos. Las noticias pueden ser buenas noticias si queremos.

Ayer leía por internet una buena noticia: Cha Sasoon, una mujer surcoreana de 68 años ha aprobado el examen teórico de conducir después de haber suspendido 949 veces. ¡Bendita sea, buena mujer, y enhorabuena! Uno puede aprender muchas cosas de este mundo, si tiene los ojos lo bastante abiertos. Hoy esta mujer me ha enseñado que rendirse no sirve de nada. Ella quería sacarse el carnet de conducir y de momento el teórico le ha costado unos 5.800 euros. Durante cinco años, ha estado acudiendo a diario, suspenso tras suspenso, a realizar el examen. Todos los días desde abril de 2.005, excepto los festivos y los fines de semana. ¿Y sabéis por qué? "No podía dejarlo a medio camino después de los esfuerzos invertidos", ha dicho. ¡Qué maravilla! No puedo decir otra cosa. Esta señora ha supuesto para mí el pequeño empujoncito moral que me hacía falta justo ahora. Voy a tomar las riendas de mi vida. Voy a ir a por todas. Rendirse no sirve de nada. Pronto tendréis noticias sobre cambios en mi vida. Cambios importantes. Cambios que me ilusionan. Hace falta una crisis para redirigir tu vida. Hacen falta buenas noticias. Tener los ojos abiertos. Perseverar. Y siempre volver a intentarlo... hasta conseguirlo. Como Cha Sasoon, que ahora se presenta al examen práctico. La lucha por lo que uno quiere nunca termina. Pero esa lucha es precisamente lo que nos hace ser quienes somos.

Gracias, Cha Sasoon. Gracias.

2 de noviembre de 2009

MÁS O MENOS WOODY

"El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente" (Gustave Flaubert)

Solía escribir relatos sobre personajes que se aburrían en las fiestas. En mis historias, sujetos solitarios maltratados por la incomprensión, bebían güisqui rodeados de individuos que se divertían ajenos a su desdicha. Narradores sin nombre se hundían en un negro monólogo interior cuyo único resquicio de esperanza era la ilusión de un amor siempre imposible. El presente era para ellos un pozo sin fondo y el futuro, un muro de piedra. El pasado era algo que no valía la pena recordar. Más adelante comprendí que existían otro tipo de historias. Este fin de semana fue Halloween y también el 30 aniversario de mi hermana. Le organizamos una fiesta de disfraces y algunas otras sorpresas que disfrutó mucho. Cada uno de nosotros tenía que escoger un personaje de los años 50, 60 o 70. Yo elegí al primer Woody Allen: el de Annie Hall y Manhattan. Y la verdad es que me lo pasé en grande. Pude divertirme sin que la mente me jugara malas pasadas. Sin apartarme. Sin miedo. Me sorprendí a mí mismo gratamente. Por una vez, estaba en una fiesta y estaba presente, sin angustias abstractas, sin alienación, integrado, viviendo cada juego, cada broma, cada copa, pero sin acabar borracho. Durante un rato, podría decirse que fui más o menos feliz. El presente lo era todo: un regalo. No necesitaba nada más.

Woody Allen dice que rueda una película cada año porque lo necesita. Para él, rodar es una distracción. Si no rodara, no sabría qué hacer. A través del trabajo lucha contra sus miedos, sus ansias, su terror. Como los enfermos mentales que se relajan pintando con los dedos o tejiendo cestas de mimbre. Estar ocupado es terapéutico. Yo, que a veces soy más o menos Woody Allen (con o sin disfraz), estoy aprendiendo que para afrontar el futuro hay que empezar por afrontar el presente. Y me siento muy orgulloso de poder disfrutar de una fiesta ya que, aunque parezca absurdo (no duden que lo soy), es algo que me ha costado siempre mucho. Memorables son mis desapariciones de madrugada en medio de ciertas juergas, celebraciones, cenas... "¿Alguien sabe dónde se ha metido Iván?". Ahora procuro vivir cada día como si sólo existiera hoy. Cada momento como si sólo existiera ese momento. Y así todo es más fácil. Centrarme en el presente. Ese es el comienzo: hoy lo veo claro. Y mañana ya se verá...

26 de octubre de 2009

EXCUSAS

"El hombre nace libre, responsable y sin excusas" (Jean Paul Sartre)


Me dicen que la vida es esto. Me dicen: "Bienvenido al mundo real". Me dicen que cuando te haces adulto, ya siempre es así. En el trabajo (perdonen que insista), puedo ver mi cara de tristeza reflejada en la pantalla del ordenador. Sí, de tristeza. Detrás de los números, las letras y los albaranes: tristeza. No se crean que me enorgullezco. Noe me dice algo que leyó algún día en alguna parte: "Si sigues haciendo lo que estás haciendo, seguirás consiguiendo lo que estás consiguiendo". No se me ocurre frase más sabia en este momento. Si todo lo que tengo es lo que he elegido, ¿de qué me quejo? No tengo excusa.

Conocí a una mujer que quiso ser una gran pianista. De joven tocaba y era lo que más le gustaba hacer en la vida. Hoy es funcionaria y tiene una familia que mantener. Ya ni siquiera toca por placer. Dice que no tiene tiempo para nada. Cruza los brazos y entorna los ojos hacia arriba, muy arriba, lejos y confiesa que no sabe por qué lo dejó. Algún día volverá a tocar; no sabe cuándo. Aunque reconoce que es su gran frustración, está orgullosa de la vida que lleva. Como si fuera incompatible la vida y el piano. La realidad y sus ilusiones. ¿De quién habrá aprendido eso? Ahora su familia es la razón por la que no ha dedicado su vida a aquello que más le gustaba. Pero, ¿cuál fue la excusa al principio? Como esta mujer, podría citar cientos de casos identicos. Ustedes también, ¿no es cierto?

Mi madre me pregunta cuándo voy a encontrar trabajo de lo mío. Yo me pregunto qué es lo mío. El problema es quizás que no tengo sólo un piano que tocar. Ahora toco esto y ahora toco aquello y, por primera vez en mi vida, me parece un error. No se equivoquen, me lo he pasado muy bien actuando, estudiando, cantando, tocando la guitarra, escribiendo relatos, obras de teatro, cortos, series que nunca se hicieron, canciones, poemas, un blog; ejerciendo de profesor, de director, de monitor, de animador; haciendo entrevistas, videoclips, publicidad, aprendiendo inglés, filosofando, haciendo el clown y etcétera y etcétera. Pero ha llegado el momento de centrarme, de apuntar y disparar a un solo blanco. De la misma manera que a mi querida ex-pianista le acabó sirviendo de excusa algo que en un principio no lo era, no quiero que todas mis facetas acaben siendo mi excusa para pasarme la vida trabajando en algo que no me gusta. Eso es. ¡No estoy acabado, señoras y señores! Sólo es un problema de culo inquieto, miedo al compromiso, al aburrimiento y a la estabilidad. Hoy, lo más difícil ya está asumido. Ahora es cuando comienzan de verdad mis planes. Se acabó la tristeza. En cuanto se me ocurra algo, les cuento.

15 de octubre de 2009

ÁRBOLES CAÍDOS

"Hoy, amor, como siempre, el diario no hablaba de ti... ni de mí" (El diario no hablaba de ti, Joaquín Sabina)

1. Un clásico acertijo filosófico sin respuesta de común acuerdo dice: "Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿hace ruido?". Las preguntas milenarias mejor no tratar de responderlas. En la Facultad de Filosofía no te enseñan mucho en general, pero una de las cosas que se pueden aprender es que las preguntas a veces importan más que las respuestas. Las preguntas abren. Eso me gusta. Por eso, en vez de resolver acertijos como éste, invento preguntas nuevas: "Si un árbol cae en el bosque y no hace ruido, ¿alguien lo escucha?".

2. Todas las mañanas tengo quince minutos de descanso. Salgo de la oficina. Cojo el ascensor en silencio junto a mis compañeros. Entramos al bar. Pido un cortado, cojo La Vanguardia y me siento en una punta de la mesa común. Solo y a la vez acompañado. Mis colegas de alienación charlan sobre alguna serie de televisión americana y el diario dice que un hombre ha matado a su mujer en presencia de sus dos hijos. Te echo de menos.

3. Quince minutos pueden parecer un segundo o una eternidad. Mis compañeros hablan del bajo sueldo. Del descontrol y la improvisación semana a semana de nuestra formación. Del compromiso que se nos exige a cambio de un miserable contrato de obra y servicio. Somos los árboles que nadie escucha caer. El diario dice que hay putas en el Raval.

4. Durante todas estas semanas nadie me ha escuchado suspirar por tu ausencia. Nadie ha oído a mi corazón latir. Ni yo mismo. Mis compañeros se preguntan qué será de los trabajadores de atención al cliente especializados en el trabajo que ahora pasaremos a hacer nosotros. Una formación de unas semanas y ya podemos cubrir sus puestos por menos de la mitad de su sueldo. Mis compañeros opinan que a la empresa debe interesarle mucho ahorrarse todos esos sueldos si por ellos ha sacrificado un servicio eficiente de profesionales cualificados por un grupo de mediocres teleoperadores inexpertos. Mis compañeros no saben si esos trabajadores que nos preceden habrán sido despedidos o trasladados. Son los árboles que caen sin hacer ruido. El diario dice que la crisis incrementa las dolencias cardiovasculares en los empleados.

5. Pago el cortado. Salimos del bar. Entramos al ascensor. Me miro las ojeras en el espejo. Nadie habla. Vuelvo a mi puesto de trabajo. Me siento. Estiro los dedos. Los brazos. La espalda. Mi compañero de al lado señala con la mirada una empleada de pechos grandes. Me sonríe buscando complicidad. Yo le devuelvo una sonrisa idiota. Nunca sé qué hacer en estos casos. Sigo enamorado de ti aunque nadie se dé cuenta. Hacen más ruido esas tetas que mi añoranza. Sigo con mi trabajo. El diario dice que ha muerto Luis Aguilé.

8 de octubre de 2009

ALGUNAS VECES

Algunas veces pienso lo que escribo. Algunas veces tengo pesadillas. Algunas veces lloro mientras duermo. Algunas veces me sobran las ojeras. Algunas veces duermo demasiado. Algunas veces no tengo a quien llamar. Algunas veces bebo y me divierto. Algunas veces bebo.

Algunas veces esquivo los espejos. Algunas veces los espejos me esquivan a mí. Algunas veces me siento interrumpido. Algunas veces cuento chistes. Algunas veces soy el chiste que nadie quiere contar. Algunas veces río. Algunas veces no perdono las verdades a la cara. Algunas veces no respondo. Algunas veces miento.

Algunas veces mi madre me compra calzoncillos. Algunas veces miro, envidio, me lamento. Algunas veces escucho goles desde el balcón que no me suenan a nada. Algunas veces me molesta la intimidad. Algunas veces susurro a mis espaldas. Algunas veces hablo mal de mí.

Algunas veces no sé decir que no (pero estoy aprendiendo). Algunas veces me explotan los ojos. Algunas veces dejo de aparentar. Algunas veces me conformo con lo que antes despreciaba. Algunas veces me rasco las heridas. Algunas veces me desespero esperando. Algunas veces no estamos tan lejos.

Algunas veces no entiendo que la gente no se haga preguntas. Algunas veces no dejo que nadie me ayude. Algunas veces me detesto. Algunas veces hago el triste. Algunas veces olvido. Algunas veces, muchas veces, no sé quien soy.

Algunas veces pienso en ti.

Pero nunca lloro despierto.

22 de septiembre de 2009

DESTELLOS DE TRISTEZA

"Cuidado con la tristeza. Es un vicio" (Gustave Flaubert)

1. Barcelona es la tercera ciudad más feliz del mundo. La ciudad más feliz de Europa. Somos sólo más infelices que Río de Janeiro y Sidney, según unos señores que hacen encuestas y venden revistas de viajes. Desde la discreta posición de mi nuevo trabajo, ahogado en medio de un océano de trabajadores (como yo) en formación, me pregunto por qué nunca cuentan con mi opinión los encuestadores. ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué todos parecen tan motivados y yo quiero saltar por la ventana? No entiendo nada. Soy incapaz de atender durante más de un minuto seguido. Una profunda tristeza me araña el pecho: nunca voy a trabajar en algo que me guste. Nunca conseguiré realizarme profesionalmente. Mi felicidad no se mide con los mismos criterios que los de la feliz Barcelona.

2. Desisto de parecer un buen alumno. Me rindo. Las ocho horas diarias de explicación de tecnicismos y excepciones empresariales, de las estrategias de marketing, de las mentiras del sistema, de la metodología de mi nuevo trabajo, mi condena, mi pesadilla recurrente, despiertan en mí viejos ascos. El tercer día ya no puedo más. Dejo de mirar a mis superiores a la cara mientras hablan. Desde mi pupitre de trabajador en periodo de prueba, miro el techo, la pared, el reloj, las ventanas. Dibujo unas cuantas viñetas nuevas de Fermín. Escribo sonetos llenos de odio. Al término de la jornada, el coordinador me pide cinco minutos para hablar conmigo. Me pregunta sobre mi interés y mi motivación. Mi actitud. Soy Iván otra vez en el colegio. Me pide un esfuerzo. No se da cuenta del brutal esfuerzo que estoy haciendo sólo de estar ahí.

3. Un día bajo a comer al Pans and Co. con algunos compañeros. No tengo queja de ellos. Mis únicas quejas son contra mí mismo. La chica que nos atiende rompe de pronto a llorar. Nadie se atreve a pedir su bocadillo, a pesar de su insistencia: "¿Quién va ahora?", exclama con los ojos rebosantes de lágrimas. Sufre y, sin embargo, no abandona su puesto de trabajo. Quien sabe si no es precisamente su trabajo lo que la hace llorar. Tiene suerte de tener un empleo, tal y como están las cosas. Nadie le pregunta qué le pasa y finalmente deja de llorar y nos atiende.

4. En casa, trato de desconectar. Como mis últimos pedazos de queso holandés. De pronto: escucho un ruído sordo, como un portazo, un golpe seco. No lo reconozco. Extrañado, investigo la causa sin éxito. En seguida, un nuevo golpe sonoro de exactas características. Me parece intuir que viene de la calle, pero la ventana me queda demasiado lejos. Miro la tele. Duermo una siesta. Navego por internet. Leo una revista. Dejo la mente en blanco. Escribo algo triste. Llega mi hermana: "He pasado por la plaza del mercado. Había mucha gente. Creo que era una manifestación o algo así porque estaba la policía".

5. El último día de formación resulta más ameno. Mi mente ya no agoniza. Me vuelvo inmune al desinterés. Parezco uno más. Empiezo a integrarme, pero sigo siendo al que menos le gusta estar ahí. O eso es lo que parece. Reparten los resultados del último de los tres tests que nos hicieron para comprobar que la formación había servido de algo. "Éste no ha ido muy bien, la verdad, en general", comenta la formadora. "Excepto uno que casi lloro de emoción al corregirlo... ¿Quién es Iván Fernández?". La mejor nota de la clase. No se me ocurre ironía más triste. Durante el descanso, muchos se acercan a mí pero yo confieso que he copiado de mis compañeros de al lado y que el resto de respuestas me las he inventado. Cambiando de tema, me comentan que ayer asesinaron a un chico cerca del mercado de Collblanc. Ha salido en las noticias. Dos tiros en el cuello.

14 de septiembre de 2009

TORINO (ITALIA)

Viajar sin Álex fue muy raro. Tuvo que ir a visitar a su familia a Alicante y lo añoré todo el rato. Mi avión era de Iberia. Muy pequeño. El avión más pequeño en el que he viajado nunca (sin contar el de El Tibidabo). La azafata no nos dio la bienvenida de parte de la tripulación, sino que dijo: "el comandante y yo". Pero el vuelo fue tranquilo y no hubo retrasos. Sara me esperaba en el aeropuerto de Torino. Hacía un año que no nos veíamos. Desde que acabé el erasmus, no había visitado todavía a nadie de mis ex-compañeros. Y, en seguida, todos los recuerdos y hablar sin parar en inglés. Fuimos en coche hasta el centro y me enseñó por encima la ciudad. Torino no es una gran capital, pero es una típica ciudad italiana. En ese momento, agradecía un viaje en el que no había que visitar montones de cosas, sino que simplemente podía relajarme y pasear.

Más tarde llegó Alessia con su habitual caos lingüístico y su beautiful mundo rosa. Me rompió varias costillas en el primer abrazo pero me recuperé en seguida tomando un gelato di stracciatella. Si algo tiene de bueno Italia es la comida. La ciudad me pareció muy bonita, muy auténtica. Me sentí como supongo se siente Woody Allen visitando Barcelona. Además, siendo Torino no muy turística, me gustó más todavía. Sentí estar en la verdadera Italia. Aquella tarde visitamos varias de las iglesias (todas católicas, claro) de la ciudad. Una de ellas, la Gran Madre, me pareció la más bonita, aunque a una de las chicas no la dejaran entrar a causa de su descarado escote. "No deberías vestir así", le dijo el cura en italiano. Algunas antiguas ruinas romanas como la Porte Palatine cerraron la tarde. Y cené una deliciosa pizza 4 stagioni en mi primer verdadero restaurante italiano. Indescriptible el placer que mi paladar sintió.

Por la noche, subimos con el coche a la Superga: una catedral que reina Torino desde lo alto de una montaña y que es también un mirador y un perfecto lugar para contemplar las estrellas. Se llena de parejas cuando se pone el sol. Allí mismo, hace no sé cuántos años, se estrelló un avión en el que viajaba un equipo de fútbol italiano y murieron todos. Detrás de la catedral, más o menos en medio de la oscuridad del bosque, hay una lápida con velas y sus nombres. Mis caprichosas amigas italianas me obligaron a visitarlo a pesar de mi comprensible oposición a buscar una tumba en la oscuridad de una montaña. Pero me llevaron y vi la tumba a pesar del pánico y ningún asesino en serie ni fantasma estuvo allí para hacernos nada.

A la mañana siguiente, desayuné en la terraza de una cafetería de Troffarello, el pueblo de Sara cerca de Torino donde en realidad me alojaba: capuzzino y brioches de chocolate. Creía estar en el cielo. Ese día fuimos a comprar comida para cocinar en casa auténtica pasta italiana. Así Sara me deleitó con unos gnocchi con salsa de fontina, gorgonzola, mozzarella y brie. Luego fuimos a buscar a Elisa que vino desde Forli y fuimos a un cumpleaños de una amiga de Sara donde pude practicar mi italiano inventado. Fue difícil para mí saludar a todas las personas que me presentaron esa noche. Los italianos dan dos besos como nosotros, pero empiezan por el lado contrario. De manera que es fácil, por error, acabar dando un beso en la boca a alguien. Por suerte, no sucedió. Y en el caso de las personas mayores, opté por dar la mano, ya que un error en un caso así podría haber sido dramático.

Los siguientes días aprendí algo de italiano que ya he olvidado. Mi manera de practicar es tratar de hacer rimas obscenas. Es un método curioso pero funciona. Además, lo primero que aprendes son las palabrotas y las guarradas. Por lo tanto, mejor seguir desde ahí. También fuimos al Museo del Cine que es, con diferencia, lo mejor del Torino moderno. Y al palacio de la Venaria Reale y sus jardines que, aunque era demasiado caro, es un lugar muy hermoso. Y llegó el momento de irse y volver a despedirse de todo. Nunca me acostumbro a eso. Pero, eso sí, antes disfruté de una última comida italiana por gentileza de los padres de Sara (sobretodo de la madre), con su antipasta, pasta, carne, ensalada, quesos y todo lo demás. Una gente maravillosa...

El avión de vuelta era el mismo. Creo que incluso la misma azafata. Tampoco hubo retrasos. Pisé puntual y algo triste el suelo de Barcelona. Llevaba en mi mochila un montón de sensaciones y un cd de Renato Carosone que le había comprado a mi padre. Se habían terminado las vacaciones. Ahora sí. Llegaba septiembre y la rutina. Y ya tocaba buscarse un trabajo. Un trabajo que no tardé en encontrar...

Continuará...

7 de septiembre de 2009

AMSTERDAM

La primera impresión al salir de la Central Station fue, en resumen, nubes de humo de porro y manadas de bicicletas. Llegábamos cansados de Berlín. Era viernes por la tarde de un fin de semana de agosto y Amsterdam estaba infestada de turistas recién llegados con ansias de vivirlo todo en una noche. Nosotros veníamos con más calma y el bullicio nos engulló. Amsterdam es caos, pero un caos que se entiende a sí mismo. Bicicletas, coches, tranvías y humanos conviven en un tráfico en constante movimiento donde el turista forzosamente debe integrarse de inmediato o morir en él.

CABOT
Nuestro hotel estaba al lado del Museo Van Gogh. Era una antigua casa preciosa, muy bien cuidada. Cada una de sus habitaciones tenía un encanto especial. Tras subir su vertiginosa, interminable escalera de entrada, nos recibió la dueña de edad indeterminada que nosotros bautizamos como Madame Trussau o Truffaut, depende del día. No sé si porque parecía una vieja estrella del cine francés retirada o una estatua del museo de cera. En cualquier caso, era muy agradable. Y nos dio, yo creo, la mejor habitación. La podéis ver en la foto. Para mí ha sido una de las mejores estancias que he vivido. Sobretodo después de la habitación-cajón-pasillo que tuvimos en Berlín. Además el trato fue excelente: muy personal y nos traían el desayuno a la habitación cada mañana. Al principio creímos que tendríamos que pagarlo (ya nos pasó una vez en Belfast) y no nos quedamos tranquilos hasta que se lo pregunté a uno de los empleados de Madame Trussau que bien podían ser los miembros del grupo The Black Eyed Peas haciendo horas extras en Holanda. Uno no está acostumbrado a ciertos lujos.

A la mañana siguiente, ya encontramos un Amsterdam más parecido al que habíamos imaginado. Un día soleado nos presentó el esplendor de sus canales, sus calles con sus casitas holandesas, las tiendas, la plaza Damm y ese aire de Venecia del norte. Probé arenque crudo en un pan con pepino y cebolla, típico allí. Estaba bueno, aunque daba mucha sed. Y visitamos el Museo Van Gogh con sus girasoles y demás. Imprescindible para admiradores del loco del pelo rojo. A mí me encantó. Son todas sus obras bailes de color que en vivo ganan casi tanto como el valor que en realidad tienen. Y nuestra otra parada obligatoria: la casa de Anna Frank. Todo lo que sabíamos, todo lo que habíamos leído, escuchado, visto en televisión y en cine no fue nada comparado con estar ahí dentro. Se conserva tal y como fue. Todavía hay las fotos de artistas de cine que Anna pegaba en la pared de su habitación, las líneas pintadas en una esquina que medía el crecimiento de las hermanas, las ventanas tapadas, la librería tras la que se encontraba el escondite de las dos familias. El simple hecho de estar allí de verdad y ver las dimensiones te acercan emocionalmente como una bofetada a lo que allí pudo vivirse. Impagable y muy emocionante.

El domingo fue más tranquilo todavía si cabe. Visitamos el Vondelpark dando un paseo: el rincón natural bohemio de la ciudad. Allí se reunen conciertos al aire libre y artistas de todo tipo: pintores, estatuas humanas, etc. Y otra vez la cara del Amsterdam más bello nos sonreía. Más tarde vimos el Rijksmuseum en veinte minutos, ya que la mitad de las salas estaban cerradas por obras. Eso sí, el precio de la entrada seguía intacto. No valió la pena. Y por la tarde, para finalizar, nos dimos una vuelta por el Barrio Rojo. A mí me parece una iniciativa excelente por parte del Ayuntamiento y sé que es el mejor trato que se le puede dar a aquellas mujeres que han decidido dedicarse a la prostitución. Sin embargo, es vergonzoso que se haya convertido en un reclamo turístico. Y supongo que es más culpa nuestra, de los turistas, que de la propia Amsterdam. El caso es que es una pena que una situación nacida del respeto, haya convertido el barrio en una especie de zoológico de tetas.

Finalizado el viaje, nos dirigimos al aeropuerto con los pies hinchados como un hobbit. Por fin volvíamos a España. Estábamos agotados, pero lo habíamos disfrutado mucho. Sin embargo, el vuelo se retrasó caprichosamente tres horas para desesperación de sus pasajeros. Así que nos dedicamos a inventar juegos, diseñar un parque de atracciones inspirado en el mundo del Mago de Oz y a comprar quesos. Pisar finalmente el suelo barcelonés hacía tiempo que no significaba tanto. Viejos recuerdos reaparecían. Y por unos días Álex y yo disfrutamos también de Barcelona. Pero mis viajes no habían terminado todavía...

Continuará...

31 de agosto de 2009

BERLIN 2

No resultó difícil llegar a Alexanderplatz, una céntrica plaza muy cercana a nuestro hotel. Antiguamente había sido un mercado de lana y ganado, pero lo que nosotros encontramos fue un lugar de encuentro de vendedores de salchichas que peleaban entre ellos para que compraramos sus salchichas y no las del salchichero rival. Todas las salchichas de Berlín valen 1,20 euros., así que no hay que romperse mucho la cabeza para elegir. A ese precio, fue un alimento recurrido en momentos de desfallecimiento del viaje. Pero no sólo de salchichas vive Alexanderplatz. Entre sus otros atractivos se encuentran sus centros comerciales y los puestos de fruta fresca donde nos intentaron timar. Por alguna razón, se tiene la sensación de ser timado todo el tiempo simplemente por no saber alemán. Tambien había unas personas lanzándose con unas sujeciones desde uno de los edificios más altos en lo que podríamos definir como un sucedáneo de puenting.

MULA
Llegamos al hotel arrastrando las maletas por unas calles junto a las vías del tren, llenas de tubos azules que se retorcían alrededor, por arriba y por los lados como en Super Mario Bros. En Berlín nunca sabes cuando las cosas son una creación artística de un bohemio o algo con una función real. Algunas veces son incluso ambas cosas al mismo tiempo. Nuestro hotel parecía un hospital desde fuera. Se encontraba tras una serie de restaurantes españoles, bastante populares en Berlín, con vino de Jumilla, tapas y café bombón. La recepcionista nos atendió en inglés con la clásica actitud quiero-terminar-para-seguir-leyendo-mi-revista-frívola. Apenas nos miró. Cumplió su función de la manera más robótica que un ser humano puede permitirse. Nos dio la llave. La habitación estaba en el primer piso. Decir que era diminuta es poco. Era tan pequeña que las camas estaban puestas en fila en lugar de estar una al lado de la otra. Teníamos baño y televisión. Claro que las toallas olían a agua sucia. Pero no estaba mal a pesar de todo.

Lo primero que hicimos fue ir a pasear por el barrio para familiarizarnos con la zona en que estábamos. Todavía era pronto y parecíamos bien situados, así que decidimos visitar ya los monumentos más característicos para quitárnoslo de encima. Pero como, no sé si sabéis, estos días eran los Mundiales de Atletismo en Berlín, no pudimos disfrutarlo con tranquilidad. Una de las cosas que más me impresionaron fue el Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa: una gran superficie llena de bloques de cemento de diferentes alturas. Pasear por dentro provoca cierta claustrofobia, pero a la vez resulta bello y elegante. Como recuerdo a un hecho tan trágico y delicado, no se me ocurre una construcción más sobria y adecuada. Chapeau por Berlín, de nuevo.

De vuelta al hotel, ya estábamos muy cansados. Cenamos un kebab que compramos en uno de los miles de locales de ese tipo que allí había (¿más que salchicheros?) y caímos rendidos de cansancio, por el madrugón y la caminata del primer día. A las nueve y media ya estábamos dormidos. Podríamos haber cenado a la luz de las velas en alguno de los lujosos restaurantes que teníamos cerca, pero nosotros somos así. Yo no sé cómo podían ver lo que había en sus platos con tan poca luz. Durante los siguientes días, tratamos de seguir visitando la ciudad con más calma, aunque caminando mucho. Con el pelo tieso de usar el champú del hotel y tratando de vez en cuando de dejar la guía de lado y perdernos un poco. Así encontramos rincones maravillosos, escondidos. El verdadero Berlín, no su máscara. Galerías adornadas, bares a la orilla del río y calles auténticamente alemanas. De repente, uno se siente en un pequeño pueblo germano con ositos de peluche y no lo cambiaría por nada.

Claro que también hubo visita al zoo (que es uno de los más bonitos y cuidados que he visto; los animales allí parecen felices), al Pergamon-museum (una exhibición de reliquias robadas semejante a la del British Museum de Londres) y también una excursión a Potsdam. Allí pasamos más calor que en Toledo (que ya es difícil) pero valió la pena pasear por sus casitas estilo holandés y ver los palacios de Sanssouci. El último día, nos permitimos un habitual capricho al que pocas veces me resisto, sobretodo en el extranjero: desayunar en Starbucks un frapuccino.

Aquella noche, también nos acostamos temprano deleitándonos con los encantos de la televisión pública alemana: las actuaciones de popstars, una película doblada al alemán y un partido del Real Madrid en el que sólo enfocaban a Cristiano Ronaldo. Al final del partido, los periodistas entrevistaron a un jugador alemán del Madrid que no sabíamos ni quien era. Es divertido ver televisión en un idioma tan incomprensible porque puedes jugar a imaginar lo que dicen; o incluso tratar de hacer un doblaje inventado. He descubierto que sigue siendo uno de mis juegos favoritos; no lo hacía desde que era pequeño.

Llegar al aeropuerto fue más difícil esta vez. Salíamos desde otro diferente al que no llegaba el tren. Y llovía un poco. Irse de un lugar con lluvia es bonito: parece que la ciudad llora tu marcha. Tras una larga espera en el aeropuerto, nos fuimos en dirección al siguiente destino de nuestras vacaciones... con la espinita de no haber visitado Sachsenhausen (el campo de concentración) y con el miedo de volar con tormenta.

Continuará...

24 de agosto de 2009

BERLIN

"El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma" (Bertolt Brecht)

MULA
No hubo paradoja: estuvimos en Berlín. Al bajar del avión, como en todas las grandes capitales, tuve la sensación de estar rodeado de androides preprogramados; sims con objetivos fijos a los que dirigirse sin dejar de mirar al frente. Pero fue un espejismo. Lo que ocurre en estos casos es que tú no sabes hacia dónde tienes que ir y los demás te asustan.

El metro de Berlín no tiene tornos ni taquillas. Se compran los billetes en una máquina y se pican ya en el andén. La primera impresión es que te has colado. Pobres nosotros, europeos del sur. En Berlín, como en otras ciudades, según me cuentan, se confía en la buena fe del ciudadano. Nadie te pide el billete. No hay control. Ni ninguna medida para impedirte ir gratis en metro. Evidentemente, hay gente que paga y gente que se cuela. Pero eso es como en todas partes. Con toda la historia que Alemania y Berlín arrastran, la única solución para no hundirse en sus propias miserias es la de dar todo el poder de decisión al ciudadano. Esa es la clave con la que han podido reinventarse. Los berlineses de a pie son activos, autónomos, creativos y están llenos de ganas de vivir. Parece increíble que una ciudad con fantasmas tan recientes sea al mismo tiempo tan moderna, dinámica y artística.

Nadie les ha dicho a los berlineses nunca cómo salir adelante sin tristeza. De igual manera, no se les pregunta si pagan o no pagan en el metro. El que ha aprendido sin ayuda de nadie no puede ser controlado. Las autoridades, afortunadamente, saben que Berlín es vida gracias a los berlineses y por eso se dedican básicamente a fomentar las propuestas culturales de éstos. Berlín es lo más parecido a una ciudad psicomágica que he visto. Ahí está el kilómetro y medio de muro que queda, transformado con orgullo en la East Side Gallery. Artistas de todo el mundo siguen participando todavía con sus pinturas, contribuyendo a transformar lo que fue tragedia en belleza en constante cambio. Visitarlo supone sentirse orgulloso de pertenecer a la raza humana; permite olvidar el horror que el muro supuso. El cementerio que son aún algunos viejos edificios semi-destruidos.

El poder de la metáfora artística se puede encontrar en cada rincón de Berlín. La mayoría de pubs y restaurantes son originales reconstrucciones de viejos locales ahora llenos de color. La cultura del reciclaje impera en Alemania. Se lleva a cabo sin problemas en cuanto a residuos y con gusto en cuanto a servicios públicos. Si una iglesia quedó destruida por un bombardeo, hoy construimos un templo de vidrio azul en su lugar. Si el Reichstag fue por mucho tiempo símbolo hitleriano, hoy construimos una cúpula diseñada por el más moderno arquitecto. Si el pasado es triste, el futuro es optimista, constructivo y bello. No sé cuánto de todo esto debe Berlín a su alcalde gay, lo que sí sé es que sin los berlineses no hubiera sido posible. Son todo un ejemplo.

17 de agosto de 2009

PARADOJA

Yo, como nihilántropo amante de las pajas mentales, soy un apasionado de las paradojas. Las paradojas son el máximo exponente del masoquismo intelectual. No tienen solución racional, de manera que tratar de resolverlas, supone un reto tan imposible y desesperante como estimulante para mentes enfermas como la mía. Sin embargo, la mayor parte de las veces, me conformo al menos con comprenderlas y aceptarlas tal cual. Es bueno ver que la razón no tiene una respuesta para todo en un universo complejo como el nuestro. He aquí la Paradoja de Schrödinger, mi favorita:

En una caja hay un gato y una partícula que en un 50% de probabilidades matará al gato en una hora. Hasta que alguien abra la caja, ¿el gato está vivo o muerto? Nadie conoce la respuesta. Es decir, más bien no hay una respuesta porque en realidad el gato está vivo y está muerto al mismo tiempo. Y depende de quién abra la caja que la realidad se decida por una opción u otra.

UNIVERSAL
Hace poco descubrí una opción del blog, gracias a mi amigo Lázaro, que consiste en programar las entradas que escribes para que se publiquen en la fecha que tú elijas. Gracias a eso, estoy pudiendo publicar durante el verano ya que no estoy en casa. Ahora mismo estoy en Madrid escribiendo esto. Sin embargo, mi "ahora" es ya para vosotros un "ahora" caduco perdido en el tiempo. Cuando yo escribo "ahora", me refiero a hace dos semanas. Inquietante. Emmett Brown ha sentido un escalofrío desde algún lugar de la frágil línea espacio-temporal. En el presente (o futuro, según se mire) yo ya no estoy en Madrid escribiendo el post, sino en Berlín disfrutando mis vacaciones.

Así que en parte estoy en Berlín y en parte estoy escribiendo esto. Mi yo del futuro (presente) se ríe tomando una cerveza alemana imaginando vuestras caras incrédulas ante semejante paradójico despropósito. Pero mi yo del presente (pasado) se pregunta: "¿Qué pasa si pierdo el vuelo o sucede algún imprevisto y no puedo ir a Berlín?". Eso significa que en un cierto porcentaje de probabilidades que no sé calcular, yo ahora (vuestro ahora) estoy y no estoy en Berlín al mismo tiempo. ¡Chan, chan chan! Daniel Faraday empieza a tenerme en cuenta como una constante por si algo le va mal en el futuro. Ahora soy yo el gato en la caja. Si todo va bien, estoy en Berlín mientras leéis esto; si mi destino no es ir a Berlín quizás me encuentre ahora (vuestro ahora) friendo pescado y patatas fritas en un puesto ambulante de un puerto de Inglaterra o cazando focas en Alaska o sigo todavía en Madrid delante del ordenador. O cualquier otra absurda posibilidad aceptable dentro de un abanico de infinitas variables. Sí, amigos, nuestro destino es tan incierto como el interior de una banana. Por último, si leéis este post en el futuro, más allá del momento que yo ando llamando vuestro "ahora", si vuestro "ahora", mi futuro, es vuestro pasado, y estáis leyéndolo en, por ejemplo, las Navidades de 2.009... mejor que dejéis de leer tonterías y os vayáis a estar con la familia. ¡Coño, que es Navidad!

Honestamente, creo que este blog se está volviendo cada vez más absurdo. Creo que ha llegado un momento en que se me ha ido de las manos. Debería inventar una máquina del tiempo para volver al 26 de junio de 2.007 y advertirle al Iván del pasado lo que va a acabar sucediendo con el blog que está creando. Claro que eso provocaría una paradoja en el continuo espacio-tiempo que podría destruir el universo. O no. Yo, por si acaso, mejor no invento nada.

Si alguien ha entendido algo de todo este lío ridículo, por favor, que me lo explique, ya que mi yo del presente (futuro) seguramente ya no recuerda qué coño quería decir cuando escribí todo esto.

10 de agosto de 2009

LA ISLA TUERTA

En el país de los ciegos...

Aunque no lo parezca, participar en los "Premios 20 Blogs" tiene cosas positivas. La primera es conocer blogs nuevos de gente muy interesante que escribe desde algún lugar de la galaxia y de quienes no habías oído hablar en tu vida. La segunda es que esa misma gente (u otra) puede llegar a caer en tu blog (seguramente por accidente) e incluso puede llegar a gustarles. Así, fomentando el amiguismo, el señor Javier de León, responsable del blog "La Isla Tuerta" de contenido variado en tono irónico y sin publicidad (lo cual le honra) me ofreció colaborar con ellos dándome a cambio una total libertad de contenidos. Y yo que sólo conozco el "no" del "No-lotil" (malditos cólicos) he aceptado sin pensarlo un momento. Debo decir que me llena de ilusión participar en este nuevo proyecto que lleva ya unos días en marcha titulado: "La Isla Tuerta 2.0". Dicen que segundas partes nunca fueron buenas (y menos conmigo incluido en el lote) pero una isla de tuertos no puede ser mal lugar en este mundo de ciegos.

Como si estrenara nuevo peinado, habitación o sombrero, inauguro mi colaboración en este espacio que me han brindado. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.

3 de agosto de 2009

TOLEDO

MULA
Hacía mucho tiempo que no hacía turismo por España. La verdad es que siendo mi propio país es una asignatura pendiente. Yo soy de los que piensa que siempre quedará tiempo para visitar la península ibérica a fondo, ya que la tengo tan a mano. Es como vivir en Madrid y no haber visitado nunca el Museo del Prado. Yo como no soy de Madrid sí que lo he visto, pero nunca he estado en la Fundació Miró. Eso mismo, extrapolado, es la razón por la que nunca he estado en Andalucía o en Galicia, cosa de la que no me siento nada orgulloso. Al contrario, me encantaría ir pero, como digo, siento que tengo todavía mucho tiempo por delante.
Toledo está a media hora de Madrid en Ave y cuesta sólo quince euros un billete de ida y vuelta. Además, vale mucho la pena. Conserva todo el encanto y la magia de la España medieval y, sin embargo, sin caer en decadencia. Al contrario: es una localidad esplendorosa. Sus laberínticas callejuelas están llenas de luz y colores ocre y marrón. Toledo es la España clásica que todos soñamos. Si fuera un turista extranjero, sería un lugar en el que me gustaría hacer parada. Cenar en uno de sus mesones y pasar la noche.
Álex y yo pasamos el día en Toledo. Él ya había estado allí antes, yo no. Nos hicimos unos bocadillos de hueva de Alicante con tomate y aceite de oliva y pusimos una botella de agua congelada en la mochila. Éramos probablemente los únicos turistas españoles del tren. De alguna manera, salvando las distancias, nos recordó a Edimburgo. Tiene también ese aire de ciudad museo. Obviamente turística, pero al mismo tiempo disfrutable en su autenticidad. Dimos varias vueltas por los mismos lugares y después simplemente nos sentamos a respirar la tarde a la sombra de una iglesia. Hacía un calor abrasador. Lo único que nos faltó por ver fue la Casa-Museo de El Greco que precisamente fue el único lugar que mi padre me indicó que debía ver. Yo quería, pero no la encontramos. Cosas del azar. En las calles de Toledo es fácil perderse. Si alguna vez vais, vedla por mí. Y no olvidéis pensar que un día las ciudades eran tan bellas y tranquilas como hoy sigue siendo Toledo. Cuando vuelves a casa desde un lugar así da para preguntarse qué sentido tiene vivir todos tan apretados, tan desconocidos, tan llenos de ruido, tan enfadados y llenos de estrés. Ya no se ve igual a la gran ciudad habiendo conocido un lugar como Toledo.

23 de julio de 2009

ENTRE LA REALIDAD Y EL DRAMA

"Estamos hechos de la misma materia que los sueños" (La Tempestad, W. Shakespeare)

PAULICK
La primera vez que me subí a un escenario iba disfrazado de pastorcillo en un pesebre de preescolar en el que la virgen María lloraba y el niño Jesús era un muñeco Nenuco. No fue un gran debut, ese primer secundario, pero tampoco me enteré mucho del porqué de todo aquello y creo que ni siquiera hablaba. Recuerdo bien que llevaba una especie de chaleco salvavidas azul marino estilo Regreso al futuro y un pantalón de pana.
Suelo escuchar a los actores decir que siempre supieron que querían ser actores. ¡Afortunados ellos! El actorcillo que firma este blog (digamos yo, por decir algo) apenas sabe lo que es hoy en día como para haberlo sabido desde siempre. Cuando iba a preescolar lo único que quería era bocadillos de pan Bimbo con Nocilla.
Supe que quería estudiar arte dramático (algo es algo) el día que me aceptaron en la Facultad de Psicología y no fui a matricularme. A veces resulta más fácil saber lo que no quieres. Como cuando te preguntan: "¿De qué quieres la pizza?". Y tú respondes: "De lo que sea pero sin pimientos". Mi vida es muchas veces una pizza de lo que sea de la que cada vez descarto menos ingredientes. Puede que finalmente acabe estudiando psicología y entonces la historia de mi pizza será mucho más divertida de explicar.
Soy actor porque disfruto actuando. Me realizo sobre un escenario. Trato de no dudar sobre eso. Y estos días de actuaciones previas del APOCATÓMBESIS me siento nostálgico. Añoro dedicarme plenamente al teatro, como en mi época de estudiante de Arte Dramático cuando todos los días hacía algo aunque fuera para los compañeros. Pero no me siento triste, miro hacia atrás y sonrío. Ahora actúo menos pero lo hago en mis propios proyectos y eso es el doble de satisfactorio. Siento que me comunico con los demás, que expreso en mis obras y mis personajes (míos y un poco de todos) mucho de lo que llevo dentro. Eso siempre ha sido una asignatura pendiente del pastorcillo mudo de aquel pesebre infantil.
Estos días de retorno a los escenarios, me siento satisfecho. Pienso en mi trayectoria: desde mi debut en el Nacimiento de Jesús a mi última obra sobre el fin del mundo. Esto sí que es una trayectoria completa. Y eso que aún tengo toda la vida por delante. La real y la dramática. ¡Por muchos años!

13 de julio de 2009

SOMBREROS

Era un hombre que a lo largo de su vida y por diferentes circunstancias perdió sus piernas; más tardé perdió sus brazos; y finalmente, tiempo después, perdió todo el tronco. De esta manera, sólo le quedaba su cabeza. Así que la cabeza de este señor se fue a vivir con su familia para que le cuidaran. Y así pasaron los años, siendo una sola cabeza. Un día, en su cumpleaños, su familia le prepara una fiesta. Impaciente e ilusionado se pregunta: "¿Qué me van a regalar?". La familia le entrega una caja con un lazo. La cabeza del señor da saltitos sobre la mesa emocionado. Despacio, abre el paquete con los dientes y al ver el contenido grita desilusionado: "¡Oh, no! ¡Otra vez un sombrero!".


DISNEY
Pues claro. ¿Qué le van a regalar a una cabeza? Si eres una cabeza, te regalan sombreros, ¿qué sino? A mí, al contrario que al señor-cabeza del chiste, me encanta que me regalen sombreros. Un sombrero es uno de esos irresistibles caprichos que raramente me concedo. Así que si es otro quien me lo compra, yo encantado de la vida. Una vez me regalaron un sombrero y me lo puse bastante. Era invierno y el sombrero era horrible. Creo que era de mujer, pero a mí me daba igual porque me hacía ilusión llevarlo. Al fin y al cabo no lo había elegido yo. Fue en un amigo invisible y creo incluso que hubo una equivocación ya que no escribimos nuestro nombre en el papel sino otra cosa más difícil de acertar que no recuerdo. Había una mayoría de chicas así que a mí me tocó recibir al final el sombrero ese. Recuerdo que me tapaba las orejas y me las mantenía calentitas. También mi amiga Sara me regaló un gorro verde cuando llevaba el pelo afro. En él escondía mis rizos y cuando me los corté, el gorro me quedaba enorme y me cubría toda la cabeza.

Todo esto viene porque me he comprado un sombrero recientemente y porque cuando soy yo quien lo compra, no me lo pongo. Curioso fenómeno. No es la primera vez que me pasa. En Londres me compré uno que sólo me puse una vez. Incluso lo tuve en Glasgow y nunca lo usé. Al final lo abandoné en mi piso escocés cuando me mudé de nuevo a España. Quizás lo usa alguien hoy en día, no lo sé. Era bastante chulo, la verdad.

Yo para comprarme un sombrero soy como Cenicienta: tiene que ajustarse perfectamente a mi cabeza, como si lo hubieran hecho especialmente para mí. Y aun así, me cuesta mucho decidirme. Mi actual sombrero lo vi en Madrid, con Álex, creo que en Pull & Bear. Estaba el pobre ahí abandonado en medio de las rebajas. Lo cogí, me lo probé y ya no quería soltarlo. Tampoco sabía si comprarlo. Estuve un buen rato dando vueltas con el sombrero en la mano. Finalmente, me decidí a comprarlo, aunque no a ponermelo (todavía). Lo tengo en el armario, aún con la etiqueta puesta.

Confío en que no me pase con mi actual sombrero como con mi sombrero de Londres. Ahora mismo tengo la excusa del calor. Ya veremos en otoño qué ocurre. Yo quiero ponérmelo pero es que tengo miedo a no saber combinarlo o a llamar demasiado la atención. Si por mi fuera, lo llevaría todo el día. Me entra tan bien, me acaricia la coronilla. Pero luego está la sociedad y todo eso. ¿No debería tenerlo ya superado?

Para mí, encontrar un sombrero que me guste es como encontrarme a mí mismo. Típico delirio frívolo. Lo miro al pobre dentro del armario y me veo en él. Hay un libro de un psiquiatra llamado Oliver Sacks que cuenta, entre otras, la historia de un hombre paciente suyo con problemas de percepción que al marcharse de su consulta cogió su sombrero de la mano e intentó ponerse a su mujer en la cabeza. Si eso puede ocurrir, yo me pregunto: ¿puede uno confundirse a sí mismo con un sombrero? Cualquier día mi nuevo sombrero saldrá a pasear mientras yo me quedo en casa llenándome de polvo dentro del armario. Porque el mundo es lo que tú piensas que el mundo es. Mi sombrero es hoy lo que corresponde a la pobre visión de mí mismo. Si pensabais que el señor del chiste era triste, fijaos en mí. Ya no soy ni una cabeza: me he quedado en sólo el sombrero.

6 de julio de 2009

EL POST NÚMERO 100

Para crear este blog inventé una palabra. Una palabra que no existía entonces y que, de momento, continúa sin existir fuera de mi mundo: NIHILANTROPÍA. Junté trozos de otras palabras y mezclé sus definiciones. Proclamé que había una cualidad humana, común en todos nosotros que consistía en no ser nada. Me lo inventé. Podría decirse que trataba de expresar un sentimiento mío habitual en ciertas épocas de crisis existencial, de menosprecio, de vacío emocional o de miedo a desaparecer. Podría decirse que lo que quería era encerrar la angustia en una palabra para poder huir de ella. Transformarme. Empezar un viaje desde esa nada y expandir mi conciencia hasta llenar el infinito. Pero la verdad es que lo hice sin pensar demasiado. Inventé la palabra desde una ocurrencia repentina, lo que es posiblemente el mejor comienzo.

Queridos nihilántropos: hoy hace cien posts (más de dos años) desde que inventé la Nihilantropía. Eso quiere decir que algunos de vosotros habéis entrado aquí a leerme al menos cien veces. Este post va dedicado a todos los que entráis, pero sobretodo a los que estáis aquí desde el principio y todavía no os habéis cansado. Gracias.

OLIVA
2007: Me inventé una palabra y Woody Allen rodó una película en Barcelona. Con el corazón disléxico, viví en Londres, me compré el último Harry Potter y, envenenado de aflicción, hasta trabajé en un hotel y tuve un jefe interior. Y viajé a Glasgow y viví en Earl Street. Xesca Romero fue mi musa por un día aunque entonces era incapaz de ser feliz durante más de media hora. La culpa era de otros. Fui a una fiesta con una falda de cuadros, tuve anginas y di manzanas a los niños en Halloween. Tuve que ir a Barcelona a hacer de carnicero en una obra y al volver llovió mucho, mucho, mucho. Y por Navidad vinieron a verme unos testigos de Jehová y confundí naranjas con mandarinas.

2008: El año empezó supercalifragilisticoexpialidoso con montones de deseos y poemas para mi familia como regalo de reyes. Cumplí veintiséis e hice una fiestita desde la tristeza. Visité con una sonrisa el lago Ness, Liverpool y Manchester. Y llegó Álex a llenar de amor el blog y mi vida. Algunos erasmus se fueron yendo y, tras mis exámenes en inglés: Dublín, mi hermana, Belfast (escrito con B), Londres y el regreso a España. ¿Y si es verdad que no hay lugar como en casa? Miré y vi a la selección ganar la Eurocopa y empezaron los reencuentros y los viajes en avión y en Ave. Me hice teleoperador de un monopolio, con todas las patalogías que eso supone. Nació la pequeña Lua y el zoo se llenó de paradojas. Y me hice educador ambiental y nació Fermín en su atardecer. Estrené mi primera habitación (parece mentira) inaugurando nuevos sueños. Volvieron los años noventa y me alisé el pelo creyendo que existían los dragones. Y compré uvas en el Corte Inglés para pasar la Nochevieja.

2009: Los reyes me trajeron el último examen de la carrera que me enseñó a apreciar el valor de la realidad. Sin miedo, a pesar de la sociedad, me hice parado y con Chándal/Tirantes viví la monotonía como una aventura absurda. Descubrí un yo-colectivo con la muerte de Pepe y un yo-nosotros celebrando con Álex nuestro primer aniversario. Y Armengol y Strómboli nos mancharon la calva y yo, en homenaje, me rapé mi pelo liso y volví a ser el de (casi) siempre. Me cautivó la mirada de amor de Messala desde mi rincón oscuro desde el que busco un desnudo bajando la escalera. Por suerte, las croquetas de Encarna me daban fuerzas e incluso pensé en qué quería ser de mayor. Roberto Alonso pilló un síndrome armengoliano allá por los madriles y entre tanto desorden, no encontraba un doctor que me tocara. Por eso estoy aquí. Me cuesta soportar la distancia y entre cosas normales y otras que no lo son tanto, celebro mis 100 posts. Quisiera seguir compartiendo con vosotros todo esto ahora y siempre. Gracias por estar ahí. ¡Ah! Y por cierto, ya soy licenciado.