23 de julio de 2009

ENTRE LA REALIDAD Y EL DRAMA

"Estamos hechos de la misma materia que los sueños" (La Tempestad, W. Shakespeare)

PAULICK
La primera vez que me subí a un escenario iba disfrazado de pastorcillo en un pesebre de preescolar en el que la virgen María lloraba y el niño Jesús era un muñeco Nenuco. No fue un gran debut, ese primer secundario, pero tampoco me enteré mucho del porqué de todo aquello y creo que ni siquiera hablaba. Recuerdo bien que llevaba una especie de chaleco salvavidas azul marino estilo Regreso al futuro y un pantalón de pana.
Suelo escuchar a los actores decir que siempre supieron que querían ser actores. ¡Afortunados ellos! El actorcillo que firma este blog (digamos yo, por decir algo) apenas sabe lo que es hoy en día como para haberlo sabido desde siempre. Cuando iba a preescolar lo único que quería era bocadillos de pan Bimbo con Nocilla.
Supe que quería estudiar arte dramático (algo es algo) el día que me aceptaron en la Facultad de Psicología y no fui a matricularme. A veces resulta más fácil saber lo que no quieres. Como cuando te preguntan: "¿De qué quieres la pizza?". Y tú respondes: "De lo que sea pero sin pimientos". Mi vida es muchas veces una pizza de lo que sea de la que cada vez descarto menos ingredientes. Puede que finalmente acabe estudiando psicología y entonces la historia de mi pizza será mucho más divertida de explicar.
Soy actor porque disfruto actuando. Me realizo sobre un escenario. Trato de no dudar sobre eso. Y estos días de actuaciones previas del APOCATÓMBESIS me siento nostálgico. Añoro dedicarme plenamente al teatro, como en mi época de estudiante de Arte Dramático cuando todos los días hacía algo aunque fuera para los compañeros. Pero no me siento triste, miro hacia atrás y sonrío. Ahora actúo menos pero lo hago en mis propios proyectos y eso es el doble de satisfactorio. Siento que me comunico con los demás, que expreso en mis obras y mis personajes (míos y un poco de todos) mucho de lo que llevo dentro. Eso siempre ha sido una asignatura pendiente del pastorcillo mudo de aquel pesebre infantil.
Estos días de retorno a los escenarios, me siento satisfecho. Pienso en mi trayectoria: desde mi debut en el Nacimiento de Jesús a mi última obra sobre el fin del mundo. Esto sí que es una trayectoria completa. Y eso que aún tengo toda la vida por delante. La real y la dramática. ¡Por muchos años!

13 de julio de 2009

SOMBREROS

Era un hombre que a lo largo de su vida y por diferentes circunstancias perdió sus piernas; más tardé perdió sus brazos; y finalmente, tiempo después, perdió todo el tronco. De esta manera, sólo le quedaba su cabeza. Así que la cabeza de este señor se fue a vivir con su familia para que le cuidaran. Y así pasaron los años, siendo una sola cabeza. Un día, en su cumpleaños, su familia le prepara una fiesta. Impaciente e ilusionado se pregunta: "¿Qué me van a regalar?". La familia le entrega una caja con un lazo. La cabeza del señor da saltitos sobre la mesa emocionado. Despacio, abre el paquete con los dientes y al ver el contenido grita desilusionado: "¡Oh, no! ¡Otra vez un sombrero!".


DISNEY
Pues claro. ¿Qué le van a regalar a una cabeza? Si eres una cabeza, te regalan sombreros, ¿qué sino? A mí, al contrario que al señor-cabeza del chiste, me encanta que me regalen sombreros. Un sombrero es uno de esos irresistibles caprichos que raramente me concedo. Así que si es otro quien me lo compra, yo encantado de la vida. Una vez me regalaron un sombrero y me lo puse bastante. Era invierno y el sombrero era horrible. Creo que era de mujer, pero a mí me daba igual porque me hacía ilusión llevarlo. Al fin y al cabo no lo había elegido yo. Fue en un amigo invisible y creo incluso que hubo una equivocación ya que no escribimos nuestro nombre en el papel sino otra cosa más difícil de acertar que no recuerdo. Había una mayoría de chicas así que a mí me tocó recibir al final el sombrero ese. Recuerdo que me tapaba las orejas y me las mantenía calentitas. También mi amiga Sara me regaló un gorro verde cuando llevaba el pelo afro. En él escondía mis rizos y cuando me los corté, el gorro me quedaba enorme y me cubría toda la cabeza.

Todo esto viene porque me he comprado un sombrero recientemente y porque cuando soy yo quien lo compra, no me lo pongo. Curioso fenómeno. No es la primera vez que me pasa. En Londres me compré uno que sólo me puse una vez. Incluso lo tuve en Glasgow y nunca lo usé. Al final lo abandoné en mi piso escocés cuando me mudé de nuevo a España. Quizás lo usa alguien hoy en día, no lo sé. Era bastante chulo, la verdad.

Yo para comprarme un sombrero soy como Cenicienta: tiene que ajustarse perfectamente a mi cabeza, como si lo hubieran hecho especialmente para mí. Y aun así, me cuesta mucho decidirme. Mi actual sombrero lo vi en Madrid, con Álex, creo que en Pull & Bear. Estaba el pobre ahí abandonado en medio de las rebajas. Lo cogí, me lo probé y ya no quería soltarlo. Tampoco sabía si comprarlo. Estuve un buen rato dando vueltas con el sombrero en la mano. Finalmente, me decidí a comprarlo, aunque no a ponermelo (todavía). Lo tengo en el armario, aún con la etiqueta puesta.

Confío en que no me pase con mi actual sombrero como con mi sombrero de Londres. Ahora mismo tengo la excusa del calor. Ya veremos en otoño qué ocurre. Yo quiero ponérmelo pero es que tengo miedo a no saber combinarlo o a llamar demasiado la atención. Si por mi fuera, lo llevaría todo el día. Me entra tan bien, me acaricia la coronilla. Pero luego está la sociedad y todo eso. ¿No debería tenerlo ya superado?

Para mí, encontrar un sombrero que me guste es como encontrarme a mí mismo. Típico delirio frívolo. Lo miro al pobre dentro del armario y me veo en él. Hay un libro de un psiquiatra llamado Oliver Sacks que cuenta, entre otras, la historia de un hombre paciente suyo con problemas de percepción que al marcharse de su consulta cogió su sombrero de la mano e intentó ponerse a su mujer en la cabeza. Si eso puede ocurrir, yo me pregunto: ¿puede uno confundirse a sí mismo con un sombrero? Cualquier día mi nuevo sombrero saldrá a pasear mientras yo me quedo en casa llenándome de polvo dentro del armario. Porque el mundo es lo que tú piensas que el mundo es. Mi sombrero es hoy lo que corresponde a la pobre visión de mí mismo. Si pensabais que el señor del chiste era triste, fijaos en mí. Ya no soy ni una cabeza: me he quedado en sólo el sombrero.

6 de julio de 2009

EL POST NÚMERO 100

Para crear este blog inventé una palabra. Una palabra que no existía entonces y que, de momento, continúa sin existir fuera de mi mundo: NIHILANTROPÍA. Junté trozos de otras palabras y mezclé sus definiciones. Proclamé que había una cualidad humana, común en todos nosotros que consistía en no ser nada. Me lo inventé. Podría decirse que trataba de expresar un sentimiento mío habitual en ciertas épocas de crisis existencial, de menosprecio, de vacío emocional o de miedo a desaparecer. Podría decirse que lo que quería era encerrar la angustia en una palabra para poder huir de ella. Transformarme. Empezar un viaje desde esa nada y expandir mi conciencia hasta llenar el infinito. Pero la verdad es que lo hice sin pensar demasiado. Inventé la palabra desde una ocurrencia repentina, lo que es posiblemente el mejor comienzo.

Queridos nihilántropos: hoy hace cien posts (más de dos años) desde que inventé la Nihilantropía. Eso quiere decir que algunos de vosotros habéis entrado aquí a leerme al menos cien veces. Este post va dedicado a todos los que entráis, pero sobretodo a los que estáis aquí desde el principio y todavía no os habéis cansado. Gracias.

OLIVA
2007: Me inventé una palabra y Woody Allen rodó una película en Barcelona. Con el corazón disléxico, viví en Londres, me compré el último Harry Potter y, envenenado de aflicción, hasta trabajé en un hotel y tuve un jefe interior. Y viajé a Glasgow y viví en Earl Street. Xesca Romero fue mi musa por un día aunque entonces era incapaz de ser feliz durante más de media hora. La culpa era de otros. Fui a una fiesta con una falda de cuadros, tuve anginas y di manzanas a los niños en Halloween. Tuve que ir a Barcelona a hacer de carnicero en una obra y al volver llovió mucho, mucho, mucho. Y por Navidad vinieron a verme unos testigos de Jehová y confundí naranjas con mandarinas.

2008: El año empezó supercalifragilisticoexpialidoso con montones de deseos y poemas para mi familia como regalo de reyes. Cumplí veintiséis e hice una fiestita desde la tristeza. Visité con una sonrisa el lago Ness, Liverpool y Manchester. Y llegó Álex a llenar de amor el blog y mi vida. Algunos erasmus se fueron yendo y, tras mis exámenes en inglés: Dublín, mi hermana, Belfast (escrito con B), Londres y el regreso a España. ¿Y si es verdad que no hay lugar como en casa? Miré y vi a la selección ganar la Eurocopa y empezaron los reencuentros y los viajes en avión y en Ave. Me hice teleoperador de un monopolio, con todas las patalogías que eso supone. Nació la pequeña Lua y el zoo se llenó de paradojas. Y me hice educador ambiental y nació Fermín en su atardecer. Estrené mi primera habitación (parece mentira) inaugurando nuevos sueños. Volvieron los años noventa y me alisé el pelo creyendo que existían los dragones. Y compré uvas en el Corte Inglés para pasar la Nochevieja.

2009: Los reyes me trajeron el último examen de la carrera que me enseñó a apreciar el valor de la realidad. Sin miedo, a pesar de la sociedad, me hice parado y con Chándal/Tirantes viví la monotonía como una aventura absurda. Descubrí un yo-colectivo con la muerte de Pepe y un yo-nosotros celebrando con Álex nuestro primer aniversario. Y Armengol y Strómboli nos mancharon la calva y yo, en homenaje, me rapé mi pelo liso y volví a ser el de (casi) siempre. Me cautivó la mirada de amor de Messala desde mi rincón oscuro desde el que busco un desnudo bajando la escalera. Por suerte, las croquetas de Encarna me daban fuerzas e incluso pensé en qué quería ser de mayor. Roberto Alonso pilló un síndrome armengoliano allá por los madriles y entre tanto desorden, no encontraba un doctor que me tocara. Por eso estoy aquí. Me cuesta soportar la distancia y entre cosas normales y otras que no lo son tanto, celebro mis 100 posts. Quisiera seguir compartiendo con vosotros todo esto ahora y siempre. Gracias por estar ahí. ¡Ah! Y por cierto, ya soy licenciado.