31 de agosto de 2009

BERLIN 2

No resultó difícil llegar a Alexanderplatz, una céntrica plaza muy cercana a nuestro hotel. Antiguamente había sido un mercado de lana y ganado, pero lo que nosotros encontramos fue un lugar de encuentro de vendedores de salchichas que peleaban entre ellos para que compraramos sus salchichas y no las del salchichero rival. Todas las salchichas de Berlín valen 1,20 euros., así que no hay que romperse mucho la cabeza para elegir. A ese precio, fue un alimento recurrido en momentos de desfallecimiento del viaje. Pero no sólo de salchichas vive Alexanderplatz. Entre sus otros atractivos se encuentran sus centros comerciales y los puestos de fruta fresca donde nos intentaron timar. Por alguna razón, se tiene la sensación de ser timado todo el tiempo simplemente por no saber alemán. Tambien había unas personas lanzándose con unas sujeciones desde uno de los edificios más altos en lo que podríamos definir como un sucedáneo de puenting.

MULA
Llegamos al hotel arrastrando las maletas por unas calles junto a las vías del tren, llenas de tubos azules que se retorcían alrededor, por arriba y por los lados como en Super Mario Bros. En Berlín nunca sabes cuando las cosas son una creación artística de un bohemio o algo con una función real. Algunas veces son incluso ambas cosas al mismo tiempo. Nuestro hotel parecía un hospital desde fuera. Se encontraba tras una serie de restaurantes españoles, bastante populares en Berlín, con vino de Jumilla, tapas y café bombón. La recepcionista nos atendió en inglés con la clásica actitud quiero-terminar-para-seguir-leyendo-mi-revista-frívola. Apenas nos miró. Cumplió su función de la manera más robótica que un ser humano puede permitirse. Nos dio la llave. La habitación estaba en el primer piso. Decir que era diminuta es poco. Era tan pequeña que las camas estaban puestas en fila en lugar de estar una al lado de la otra. Teníamos baño y televisión. Claro que las toallas olían a agua sucia. Pero no estaba mal a pesar de todo.

Lo primero que hicimos fue ir a pasear por el barrio para familiarizarnos con la zona en que estábamos. Todavía era pronto y parecíamos bien situados, así que decidimos visitar ya los monumentos más característicos para quitárnoslo de encima. Pero como, no sé si sabéis, estos días eran los Mundiales de Atletismo en Berlín, no pudimos disfrutarlo con tranquilidad. Una de las cosas que más me impresionaron fue el Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados en Europa: una gran superficie llena de bloques de cemento de diferentes alturas. Pasear por dentro provoca cierta claustrofobia, pero a la vez resulta bello y elegante. Como recuerdo a un hecho tan trágico y delicado, no se me ocurre una construcción más sobria y adecuada. Chapeau por Berlín, de nuevo.

De vuelta al hotel, ya estábamos muy cansados. Cenamos un kebab que compramos en uno de los miles de locales de ese tipo que allí había (¿más que salchicheros?) y caímos rendidos de cansancio, por el madrugón y la caminata del primer día. A las nueve y media ya estábamos dormidos. Podríamos haber cenado a la luz de las velas en alguno de los lujosos restaurantes que teníamos cerca, pero nosotros somos así. Yo no sé cómo podían ver lo que había en sus platos con tan poca luz. Durante los siguientes días, tratamos de seguir visitando la ciudad con más calma, aunque caminando mucho. Con el pelo tieso de usar el champú del hotel y tratando de vez en cuando de dejar la guía de lado y perdernos un poco. Así encontramos rincones maravillosos, escondidos. El verdadero Berlín, no su máscara. Galerías adornadas, bares a la orilla del río y calles auténticamente alemanas. De repente, uno se siente en un pequeño pueblo germano con ositos de peluche y no lo cambiaría por nada.

Claro que también hubo visita al zoo (que es uno de los más bonitos y cuidados que he visto; los animales allí parecen felices), al Pergamon-museum (una exhibición de reliquias robadas semejante a la del British Museum de Londres) y también una excursión a Potsdam. Allí pasamos más calor que en Toledo (que ya es difícil) pero valió la pena pasear por sus casitas estilo holandés y ver los palacios de Sanssouci. El último día, nos permitimos un habitual capricho al que pocas veces me resisto, sobretodo en el extranjero: desayunar en Starbucks un frapuccino.

Aquella noche, también nos acostamos temprano deleitándonos con los encantos de la televisión pública alemana: las actuaciones de popstars, una película doblada al alemán y un partido del Real Madrid en el que sólo enfocaban a Cristiano Ronaldo. Al final del partido, los periodistas entrevistaron a un jugador alemán del Madrid que no sabíamos ni quien era. Es divertido ver televisión en un idioma tan incomprensible porque puedes jugar a imaginar lo que dicen; o incluso tratar de hacer un doblaje inventado. He descubierto que sigue siendo uno de mis juegos favoritos; no lo hacía desde que era pequeño.

Llegar al aeropuerto fue más difícil esta vez. Salíamos desde otro diferente al que no llegaba el tren. Y llovía un poco. Irse de un lugar con lluvia es bonito: parece que la ciudad llora tu marcha. Tras una larga espera en el aeropuerto, nos fuimos en dirección al siguiente destino de nuestras vacaciones... con la espinita de no haber visitado Sachsenhausen (el campo de concentración) y con el miedo de volar con tormenta.

Continuará...

24 de agosto de 2009

BERLIN

"El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma" (Bertolt Brecht)

MULA
No hubo paradoja: estuvimos en Berlín. Al bajar del avión, como en todas las grandes capitales, tuve la sensación de estar rodeado de androides preprogramados; sims con objetivos fijos a los que dirigirse sin dejar de mirar al frente. Pero fue un espejismo. Lo que ocurre en estos casos es que tú no sabes hacia dónde tienes que ir y los demás te asustan.

El metro de Berlín no tiene tornos ni taquillas. Se compran los billetes en una máquina y se pican ya en el andén. La primera impresión es que te has colado. Pobres nosotros, europeos del sur. En Berlín, como en otras ciudades, según me cuentan, se confía en la buena fe del ciudadano. Nadie te pide el billete. No hay control. Ni ninguna medida para impedirte ir gratis en metro. Evidentemente, hay gente que paga y gente que se cuela. Pero eso es como en todas partes. Con toda la historia que Alemania y Berlín arrastran, la única solución para no hundirse en sus propias miserias es la de dar todo el poder de decisión al ciudadano. Esa es la clave con la que han podido reinventarse. Los berlineses de a pie son activos, autónomos, creativos y están llenos de ganas de vivir. Parece increíble que una ciudad con fantasmas tan recientes sea al mismo tiempo tan moderna, dinámica y artística.

Nadie les ha dicho a los berlineses nunca cómo salir adelante sin tristeza. De igual manera, no se les pregunta si pagan o no pagan en el metro. El que ha aprendido sin ayuda de nadie no puede ser controlado. Las autoridades, afortunadamente, saben que Berlín es vida gracias a los berlineses y por eso se dedican básicamente a fomentar las propuestas culturales de éstos. Berlín es lo más parecido a una ciudad psicomágica que he visto. Ahí está el kilómetro y medio de muro que queda, transformado con orgullo en la East Side Gallery. Artistas de todo el mundo siguen participando todavía con sus pinturas, contribuyendo a transformar lo que fue tragedia en belleza en constante cambio. Visitarlo supone sentirse orgulloso de pertenecer a la raza humana; permite olvidar el horror que el muro supuso. El cementerio que son aún algunos viejos edificios semi-destruidos.

El poder de la metáfora artística se puede encontrar en cada rincón de Berlín. La mayoría de pubs y restaurantes son originales reconstrucciones de viejos locales ahora llenos de color. La cultura del reciclaje impera en Alemania. Se lleva a cabo sin problemas en cuanto a residuos y con gusto en cuanto a servicios públicos. Si una iglesia quedó destruida por un bombardeo, hoy construimos un templo de vidrio azul en su lugar. Si el Reichstag fue por mucho tiempo símbolo hitleriano, hoy construimos una cúpula diseñada por el más moderno arquitecto. Si el pasado es triste, el futuro es optimista, constructivo y bello. No sé cuánto de todo esto debe Berlín a su alcalde gay, lo que sí sé es que sin los berlineses no hubiera sido posible. Son todo un ejemplo.

17 de agosto de 2009

PARADOJA

Yo, como nihilántropo amante de las pajas mentales, soy un apasionado de las paradojas. Las paradojas son el máximo exponente del masoquismo intelectual. No tienen solución racional, de manera que tratar de resolverlas, supone un reto tan imposible y desesperante como estimulante para mentes enfermas como la mía. Sin embargo, la mayor parte de las veces, me conformo al menos con comprenderlas y aceptarlas tal cual. Es bueno ver que la razón no tiene una respuesta para todo en un universo complejo como el nuestro. He aquí la Paradoja de Schrödinger, mi favorita:

En una caja hay un gato y una partícula que en un 50% de probabilidades matará al gato en una hora. Hasta que alguien abra la caja, ¿el gato está vivo o muerto? Nadie conoce la respuesta. Es decir, más bien no hay una respuesta porque en realidad el gato está vivo y está muerto al mismo tiempo. Y depende de quién abra la caja que la realidad se decida por una opción u otra.

UNIVERSAL
Hace poco descubrí una opción del blog, gracias a mi amigo Lázaro, que consiste en programar las entradas que escribes para que se publiquen en la fecha que tú elijas. Gracias a eso, estoy pudiendo publicar durante el verano ya que no estoy en casa. Ahora mismo estoy en Madrid escribiendo esto. Sin embargo, mi "ahora" es ya para vosotros un "ahora" caduco perdido en el tiempo. Cuando yo escribo "ahora", me refiero a hace dos semanas. Inquietante. Emmett Brown ha sentido un escalofrío desde algún lugar de la frágil línea espacio-temporal. En el presente (o futuro, según se mire) yo ya no estoy en Madrid escribiendo el post, sino en Berlín disfrutando mis vacaciones.

Así que en parte estoy en Berlín y en parte estoy escribiendo esto. Mi yo del futuro (presente) se ríe tomando una cerveza alemana imaginando vuestras caras incrédulas ante semejante paradójico despropósito. Pero mi yo del presente (pasado) se pregunta: "¿Qué pasa si pierdo el vuelo o sucede algún imprevisto y no puedo ir a Berlín?". Eso significa que en un cierto porcentaje de probabilidades que no sé calcular, yo ahora (vuestro ahora) estoy y no estoy en Berlín al mismo tiempo. ¡Chan, chan chan! Daniel Faraday empieza a tenerme en cuenta como una constante por si algo le va mal en el futuro. Ahora soy yo el gato en la caja. Si todo va bien, estoy en Berlín mientras leéis esto; si mi destino no es ir a Berlín quizás me encuentre ahora (vuestro ahora) friendo pescado y patatas fritas en un puesto ambulante de un puerto de Inglaterra o cazando focas en Alaska o sigo todavía en Madrid delante del ordenador. O cualquier otra absurda posibilidad aceptable dentro de un abanico de infinitas variables. Sí, amigos, nuestro destino es tan incierto como el interior de una banana. Por último, si leéis este post en el futuro, más allá del momento que yo ando llamando vuestro "ahora", si vuestro "ahora", mi futuro, es vuestro pasado, y estáis leyéndolo en, por ejemplo, las Navidades de 2.009... mejor que dejéis de leer tonterías y os vayáis a estar con la familia. ¡Coño, que es Navidad!

Honestamente, creo que este blog se está volviendo cada vez más absurdo. Creo que ha llegado un momento en que se me ha ido de las manos. Debería inventar una máquina del tiempo para volver al 26 de junio de 2.007 y advertirle al Iván del pasado lo que va a acabar sucediendo con el blog que está creando. Claro que eso provocaría una paradoja en el continuo espacio-tiempo que podría destruir el universo. O no. Yo, por si acaso, mejor no invento nada.

Si alguien ha entendido algo de todo este lío ridículo, por favor, que me lo explique, ya que mi yo del presente (futuro) seguramente ya no recuerda qué coño quería decir cuando escribí todo esto.

10 de agosto de 2009

LA ISLA TUERTA

En el país de los ciegos...

Aunque no lo parezca, participar en los "Premios 20 Blogs" tiene cosas positivas. La primera es conocer blogs nuevos de gente muy interesante que escribe desde algún lugar de la galaxia y de quienes no habías oído hablar en tu vida. La segunda es que esa misma gente (u otra) puede llegar a caer en tu blog (seguramente por accidente) e incluso puede llegar a gustarles. Así, fomentando el amiguismo, el señor Javier de León, responsable del blog "La Isla Tuerta" de contenido variado en tono irónico y sin publicidad (lo cual le honra) me ofreció colaborar con ellos dándome a cambio una total libertad de contenidos. Y yo que sólo conozco el "no" del "No-lotil" (malditos cólicos) he aceptado sin pensarlo un momento. Debo decir que me llena de ilusión participar en este nuevo proyecto que lleva ya unos días en marcha titulado: "La Isla Tuerta 2.0". Dicen que segundas partes nunca fueron buenas (y menos conmigo incluido en el lote) pero una isla de tuertos no puede ser mal lugar en este mundo de ciegos.

Como si estrenara nuevo peinado, habitación o sombrero, inauguro mi colaboración en este espacio que me han brindado. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.

3 de agosto de 2009

TOLEDO

MULA
Hacía mucho tiempo que no hacía turismo por España. La verdad es que siendo mi propio país es una asignatura pendiente. Yo soy de los que piensa que siempre quedará tiempo para visitar la península ibérica a fondo, ya que la tengo tan a mano. Es como vivir en Madrid y no haber visitado nunca el Museo del Prado. Yo como no soy de Madrid sí que lo he visto, pero nunca he estado en la Fundació Miró. Eso mismo, extrapolado, es la razón por la que nunca he estado en Andalucía o en Galicia, cosa de la que no me siento nada orgulloso. Al contrario, me encantaría ir pero, como digo, siento que tengo todavía mucho tiempo por delante.
Toledo está a media hora de Madrid en Ave y cuesta sólo quince euros un billete de ida y vuelta. Además, vale mucho la pena. Conserva todo el encanto y la magia de la España medieval y, sin embargo, sin caer en decadencia. Al contrario: es una localidad esplendorosa. Sus laberínticas callejuelas están llenas de luz y colores ocre y marrón. Toledo es la España clásica que todos soñamos. Si fuera un turista extranjero, sería un lugar en el que me gustaría hacer parada. Cenar en uno de sus mesones y pasar la noche.
Álex y yo pasamos el día en Toledo. Él ya había estado allí antes, yo no. Nos hicimos unos bocadillos de hueva de Alicante con tomate y aceite de oliva y pusimos una botella de agua congelada en la mochila. Éramos probablemente los únicos turistas españoles del tren. De alguna manera, salvando las distancias, nos recordó a Edimburgo. Tiene también ese aire de ciudad museo. Obviamente turística, pero al mismo tiempo disfrutable en su autenticidad. Dimos varias vueltas por los mismos lugares y después simplemente nos sentamos a respirar la tarde a la sombra de una iglesia. Hacía un calor abrasador. Lo único que nos faltó por ver fue la Casa-Museo de El Greco que precisamente fue el único lugar que mi padre me indicó que debía ver. Yo quería, pero no la encontramos. Cosas del azar. En las calles de Toledo es fácil perderse. Si alguna vez vais, vedla por mí. Y no olvidéis pensar que un día las ciudades eran tan bellas y tranquilas como hoy sigue siendo Toledo. Cuando vuelves a casa desde un lugar así da para preguntarse qué sentido tiene vivir todos tan apretados, tan desconocidos, tan llenos de ruido, tan enfadados y llenos de estrés. Ya no se ve igual a la gran ciudad habiendo conocido un lugar como Toledo.