31 de marzo de 2009

HAIR 3: La precuela

Cuando era pequeño nunca iba a la peluquería. Nunca me llevaban, mejor dicho. Era rubio (no es broma, puedo probarlo) y mis rizos, en vez de ser recios y frondosos, caían en forma de tirabuzón grácilmente tapándome las orejas. Recuerdo ir por las calles con mi melenita dorada de ovejita para deleite de las viejecitas que se paraban para decirme lo "guapa" que era. Les encantaban mis ricitos de oro pero me confundían muy a menudo con una niña. Siempre llevaba el mismo peinado. Mi madre me cortaba las puntas de vez en cuando, pero no variaba mucho. Recuerdo que me sentaba en un taburete en el baño y yo no alcanzaba a verme en el espejo. Sólo me veía las cejas y las movía arriba y abajo para no aburrirme. De pequeño era un niño nervioso. El caso es que yo era ingenuamente feliz con mis rizos rubios y todas las profesoras que hasta entonces había tenido parecían entusiasmadas con ellos. Pero un día papá me cogió de la mano y me llevó al barbero. Papá cogió a su hijo no interesado en el fútbol y le llevó a una barbería sólo de hombres, como si se tratara de un rito de iniciación. Aquella tarde me perdí "El Show de la Pantera Rosa". El señor Antonio era un peluquero chapado a la antigua. Contaba chistes y tenía voz de cazalla. Me sentó en una butaca antigua de las que se subían apretando un pedal con el pie y por primera vez me vi la cara mientras me cortaban el pelo. En vez levantar las cejas saqué la lengua. El señor Antonio tardó unos diez o quince chistes en raparme la cabeza y ya no me cofundieron más por la calle con una niña.

El domingo pasado, veinte años después, volví a raparme. Después de tanto debate, alisados, paciencia, encuestas, opiniones y toda el espectáculo que organicé. Sentí que ya estaba harto de que mi pelo fuera un tema de burla al encontrarme con alguien: "ya no está tan liso, eh". Me pareció que ya me había cansado de la aventura y de tener que cuidarlo tanto, de las mascarillas y todo eso. Me lo he pasado muy bien, pero se acabó. He vuelto a la sobriedad del pelo corto. Y debo decir que sentir el agua de la ducha directamente en el cráneo sigue siendo el más absoluto placer. Insustituible.

19 de marzo de 2009

LA MANCHA DE ARMENGOL, LA CALVA DE STRÓMBOLI

LIQUIDACIÓN POR DERRIBO

Carles Armengol, mi querido trágico contemporáneo, tiene la osadía de exponer las vergüenzas de la clase media acomodada este mes de marzo en el Guasch Teatre. Armengol nos abofetea con su elegante comicidad donde más le duele a un corazón occidental. Su mancha cala hondo, trasciende todas las mudas del alma, nos desnuda (se desnuda) con el cariño del miembro más sincero de una familia hipócrita: nuestra sociedad. Una mancha que no se borra, te la llevas puesta a casa, te persigue, te impregna. Una mancha tan nuestra que incomoda, tan grotesca que divierte, implica, nos habla con dulce voz, nos condena. La mancha de Armengol es nuestra propia mancha; la de las conversaciones vacías, el no querer ver, la falsa cortesía, la frágil moralidad. Escrita con inteligencia e interpretada con grandes dosis de talento: una flamante Xesca Romero, una coqueta Ángeles Brun y los más que solventes David Font y Pep García. Una sátira imprescindible. No os los perdáis.

GUASCH TEATRE - Hasta el 29 de marzo
  • Jueves (21h)
  • Viernes y sábado (22h)
  • Domingo (19,30h)

STROMBOLI

La compañía Strómboli (compañía amiga, casi hermana) se emancipa -¡por fin!- con un divertidísimo ejercicio de exhibicionismo alopécico todos los martes en el Café Teatre Llantiol. En un salón inglés, un matrimono inglés sentado en un gran sofá inglés conjuga el absurdo más clásico. Los diálogos de manual de conversación para extranjeros indagan en el sinsentido de nuestra cotidianidad. La palabra es el grito de auxilio de la soledad. La Cantante Calva de Strómboli nos pregunta por quienes realmente somos y con quien compartimos nuestra vida. La persona que viaja sentada frente a nosotros en el tren es, quizás, nuestra propia esposa. Ionesco nos habla de lo que no sabemos ver. La simpática mirada de Strómboli sobre la obra acentúa el paroxismo de la incomunicación y eleva el absurdo hasta la canción en playback. Contrasta la elegancia con la incomodidad del silencio. Maneja con inteligencia la risa del no-entendimiento y nos invita a olvidarnos del tiempo y los relojes. Las excelentes Sara Mejuto y Laia Batlles, los insuperables Carlos Berbel e Isabel Herranz, los divertidísimos Sergi Gómez, Ana Campo y Francis Manzano nos acompañan alegremente haciendo fácil lo difícil a través de este juego de frases vacías. Y nos invitan a jugar con ellos. Yo os aconsejo que no lo dudéis ni un segundo: acercaos y jugad. No os arrepentiréis nunca.

CAFÉ TEATRE LLANTIOL- Hasta el 31 de marzo
  • Martes (21h)

10 de marzo de 2009

UN AÑO

"No importa lo que pase mañana o el resto de mi vida. Ahora soy feliz porque te quiero" (Bill Murray, Atrapado en el Tiempo)

Hace un año que estabas sentadito en tu maleta con cara de frío. Yo llegaba tarde a recogerte. Llovía un poco. Te llevé en autobús a casa. Teníamos todo Glasgow por delante. Un año. Por un lado, lo veo lejos por todas las cosas que han pasado después. Tantas cosas buenas. Por otro, me parece cercano porque sigo sintiendo las mismas cosquillas en el estómago cuando cojo una avión para ir a verte o te voy a buscar a la estación del Ave. La misma emoción cuando te veo. La misma sonrisa cuando hablo de ti. Nunca un año fue tan corto pero tan lleno; tan grande, tan bonito. Estoy muy contento de seguir adelante con tanta ilusión, a pesar de la distancia. Porque me pesa: cuando me falta tu mirada, tu piel, tu pálpito o el sonido de tu risa. Parezco tonto añorando detalles de poeta adolescente, pero es lo que más echo de menos. Nuestras bromas en directo. Nuestras voces. Nuestros juegos. La intimidad. Solos los dos, nuestros labios y el alma desnuda divagando de madrugada. A veces creo que miramos demasiado atrás: como si Glasgow fuese una estación que se aleja de nosotros inalcanzable al final de un túnel. No olvidemos que todavía estamos aquí. Que nos seguimos teniendo y que Glasgow fue la excusa. Gracias por este año maravilloso. Y gracias a todos los que me animan, me ayudan y me quieren y están ahí para darme consejos y acompañarme. Este post va dedicado a Álex, pero también a todas aquellas parejas que siguen las tonterías que escribo: Carlos y Sara, Noe y Miquel, Carles y Genís, Davinia y Jose, Jony y Marta, Sara y Davide y a todas las demás que quizás no se pasan tanto por aquí. Y a toda la gente que me quiere y a la que yo quiero. Me gustaría compartir con vosotros todo lo que este año ha significado porque todos habéis sido importantes en él también. Con vuestro apoyo y vuestro ejemplo. A todos, gracias. Nos vemos pronto.

2 de marzo de 2009

¡COÑO, PEPE!


¡Coño, Pepe! Me he enterado de lo tuyo, nene. ¡Qué disgusto! No esperaba esto de ti, mariconazo. Tú que tenías cuerda para tanto, caña para tantos y tanto humor todavía. Voy a echar de menos tu carcajada, tu verborrea, tus palabrotas, tu camisa negra, tus onomatopeyas. Recuerdo verte en directo de adolescente y quedar fascinado por tu personalidad, tu punto de vista, tu energía. Una fuente inagotable de buenas vibraciones, de generosidad, de chistes sin fin. Verte, Pepe, era no querer marcharse nunca. No he tenido el placer de conocerte y, sin embargo, te quiero. Y que conste que no es habitual en mí eso de querer a quienes no me conocen. Pero tú destilabas amor en cada discurso y cada taco estaba lleno de carisma. Por eso, Pepe, me ha dolido sinceramente. He sentido mucha pena. Pero no por ti que seguro sigues disfrutando a tu manera de una mulata y un paquete de Ducados; he sentido mucha pena por nosotros que nos quedamos huérfanos de Rubianes. El mundo hoy es peor, sin duda. Personas como tú son necesarias. ¡Coño, Pepe! ¿Por qué? Si todavía tenías tanto que decirnos. Me quedo con ganas de más, Pepe. No me resigno. Seguiré pensando que voy a volver a verte pronto en televisión o en el teatro o me voy a cruzar contigo por la calle Tallers, como otras veces. Mientras tú sigue a lo tuyo: volando libre, como hasta ahora. No te canses de reír. Y saluda a Eugenio de mi parte. Con todo el cariño, Pepe. Hasta siempre, Rubianes. Solamente.