31 de octubre de 2010

ANTISOCIAL

Una de esas mañanas en las que llego tarde a trabajar, escucho a dos de mis compañeras comentando algo sobre una cena de empresa. Me siento en mi puesto de trabajo, enciendo el ordenador y busco un bolígrafo en el cajón. Mis compañeras hablan de posibles restaurantes y locales para ir a bailar y yo pongo cara de dormido sin levantar la mirada del teclado. Me siento observado aunque en realidad nadie me observa. Empiezo a trabajar.
Tengo la suerte de trabajar rodeado de gente bastante maja. El problema es que siempre he sido un chico socialmente perezoso. Cenas de empresa, reencuentros, amigos invisibles, compromisos familiares... Si hay algo que me caracteriza es esa desgana frente a cualquier evento que requiera de una predisposición a la hora de relacionarse. Rancio, amargado, antisocial... me dicen a veces. Pero no es más que pereza. Así que abro la carpeta de entrada de mi ordenador y veo un e-mail con la invitación oficial a la cena. Hago girar el cursor del ratón nerviosamente dando vueltas por toda la pantalla. Cierro la bandeja de entrada sin contestar y así paso la jornada hasta que felizmente me marcho a casa a comer. Para que entendáis bien lo que sucedió tengo que explicaros primero que yo, al trabajar solamente media jornada, comparto ordenador con una compañera de la tarde llamada Cristina. Esto implica, además, tener una bandeja de entrada común en la que debemos cambiar el orden de prioridad de cada usuario (Iván y Cristina) según si lo estoy usando yo o ella para que los mensajes aparezcan firmados con nuestros respectivos nombres.
Pues bien, llego al día siguiente al trabajo y una compañera me sonríe y dice:
Veo que vas a venir a la cena, ¿eh? Así me gusta.
¿A la cena? ¿Qué dices?
Sí, ya he visto tu e-mail.
Y no me atrevo a decir nada más. Algo ocurre. Además: una cosa es no querer ir a una cena de empresa y hacerse el loco y otra es decir abiertamente que no quieres ir. Rancio, amargado, antisocial...
Me acerco a mi escritorio y Montse me comenta:
Qué raro que tú vayas a la cena, ¿no?
No voy a ir a la cena, Montse.
¿Ah, no?
¿Y ese mail que has enviado?
Y dice Aritz:
¿Ah, no vienes a la cena? ¿Y el mail?
De repente todos mis compañeros están girados hacia mí. Les doy la espalda, abro mi correo y veo que Cristina ha enviado un mensaje olvidando cambiar los usuarios. Así que toda la empresa ha recibido un mail firmado con mi nombre diciendo: "Qué guay!!!!!", "Tengo muchas ganas de bailar", "A ver si vamos a un sitio chuliiiiiii"... y demás expresiones cursis que prefiero olvidar.
En ese momento sentí lo que mi amigo Chándal define como "miedo al ridículo público". Me pasé las siguientes dos semanas dando explicaciones y confesando a todo el mundo que no quería ir a la cena. Y seguro que no me echaron de menos, aunque ahora no hay quien me quite la etiqueta de antisocial. Y encima con motivos.
Cristina rectificó el mail, quizás demasiado tarde. Y se lo perdono. Aunque por un momento pensé en escribir un mensaje con su nombre a todo el mundo diciendo: "Iré a la fiesta sin bragas". Pero no lo hice porque en el fondo soy un buen chico.

25 de octubre de 2010

NOLOTIL CON CROQUETAS

He recibido duras críticas (si se me permite exagerar) por el post de tristeza total del otro día. En mi defensa tengo que decir que estaba bajo los efectos del Nolotil. Un consejo: nunca mezcléis Nolotil con croquetas.


Cuando tienes cólicos de riñón (me suena haberos hablado de esto) lo más importante es medicarte a todas horas, porque el único problema de tener piedras es que duelen mucho. La gente se preocupa por mí y yo les tranquilizo: "No me voy a morir. No pasa nada: sólo es un dolor insoportable".

Así que un día sales de fiesta porque te encuentras bien y al día siguiente no te puedes ni mover. Los médicos dicen que en principio puedo beber alcohol pero mi riñón no está de acuerdo. Y yo me fío más de mi riñón que, aunque no tenga estudios, lo llevo dentro y le debo un respeto.

Otra manera de conseguir que se te vaya el dolor es pedir hora para el médico de cabecera. Como está todo ocupado, te dan cita para dentro de dos semanas por lo menos. Y tú te mueres de dolor y tienes que esperar un montón de días; pero curiosamente cuando por fin te toca ir, ya no te duele. Nunca falla.

Pero en el día a día, por poco que me guste, tengo que hincharme a Nolotil si tengo una crisis renal. Eso es así e implica dolor de barriga, perder las ganas de comer, etc. Y de poco sirve el protector de estómago. Al final, te queda hasta mal sabor de boca y tomarte otro Nolotil te produce arcadas.

Por eso el otro día decidí, aprovechando que mi madre me había traido un tupper con croquetas, meter el Nolotil dentro de una de ellas y así engañar a mi cuerpo. Y más o menos funcionó.

Sin embargo, horas más tarde me puse a escribir y el efecto fue el mismo que cuando mezclas los porros con el alcohol: bajón psicológico extremo. Una croqueta en malas manos puede resultar emocionalmente letal si no estás acostumbrado a mezclarlas con pastillas.

Hoy me han hecho una ecografía y no me han dicho nada nuevo. Pero por lo menos ya no me duele y he podido dejar las drogas... por ahora.

Al menos me ha servido para aprender una lección. Para el próximo cólico probaré con canelones.

15 de octubre de 2010

DEL OPTIMISMO AL ABISMO DE SIEMPRE

"¿Qué fue lo que vio desde el rincón del comedor que le hizo marcharse de aquí sin ganas de volver? La vida es una vez, le intentaba yo contar, exprime lo mejor y entonces se largó" (Nena Daconte, El Aleph) 

Hace días que intento escribir algo optimista y no hay manera. Me he sentado frente al ordenador en diferentes lugares y a diferentes horas con el mismo resultado: ni una lìnea. Pero como me obligo a escribir para no perder "oficio", pues nada, aquí estoy para contaros simplemente la impotencia de no poder narrar algo explícitamente positivo. Me siento como si fuera incapaz de escribir fuera de ese indeterminado lugar de insatisfacción, totalmente vacuo al que podríamos denominar mi "abismo personal". Ese lugar que todos habitamos alguna vez.

En ocasiones tengo la sensación de que doy la imagen de tipo fúnebre, tristón y depresivo que anda llorando por las esquinas. Y eso no es así, en realidad; solamente es el lugar emocional desde el que escribo y del que ya empiezo a estar harto. Lo que pasa es que no me sale otra cosa. Y me preocupa a veces que penséis que estoy tarado o que sintáis pena de mí.

Pero luego ocurre todo lo contrario y me paráis en el trasbordo del metro y me decís: "Me encanta lo que escribes" y sonreís y no me dais el pésame ni nada. Ni me decís: "Vaya vida de mierda que tienes, ¿no?". Ni: "¡Oh, pareces tan infeliz según tu último post!". Eso sería terrible. Lo que me decís es que os reís mucho. Y entonces yo pienso: "¿Para que cojones tengo un blog de risa si mis tristezas es lo que me sale con más gracia?".

Y yo mientras planteándome tontamente si es que tengo viciado el estilo o es que realmente no tengo nada "alegre" que contar... Y si mi tristeza os puede hacer sentir tristes también. Tonto de mí, nada de eso tiene sentido.

Así que analizándolo un poco, lo que ocurre es que soy yo el que seguramente necesita escribir algo optimista por una vez. Perdonad que lo proyecte en vosotros, pero es que ya que estáis ahí... os tengo a mano para estas cosas.

Le dije a Carles el otro día: "Hace tiempo que quiero escribir un post optimista". Y respondió: "Pero, ¿es que has escrito alguno alguna vez?".

El caso es que no quiero repetirme y acabar imitando mi propio estilo para pasar a ser una especie de parodia de mí mismo. Pero tampoco quiero forzar el positivismo simplemente porque estos días estoy un poco triste de verdad. Así que hoy ni una cosa ni la otra: sólo esta explicación.

Quede aquí mi testimonio. Otro día que esté más animado a lo mejor os cuento los motivos de mi melancolía y nos reímos todos juntos como de costumbre. Gracias por leer.