3 de diciembre de 2011

HORROR VACUI

"La gente no quiere que les arregles la vida. Nadie quiere que le solucionen sus problemas. Sus dramas. Sus congojas. Ni quieren resueltas sus historias. Ni sus líos. Porque, ¿qué les quedaría? Sólo lo desconocido, grande y aterrador" (Superviviente, Chuck Palahniuk)

POLLOCK
1. Mi padre ha descubierto desde que se ha jubilado que le gusta descargar películas de internet. No le gusta ver películas. No te confundas. No le gusta gusta ir al cine. No le gusta para nada. Ni siquiera cuando las dan en televisión siente el más mínimo interés. Le gusta descargarlas.
Cada mañana a las 8, papá se levanta, enciende la televisión y le quita los pañales a mi abuela. Cada mañana, cada día de su vida, desayuna café con leche y una magdalena, y pone a descargar Las Aventuras de Simbad. La Última Vez que vi París. El Rabino y el Pistolero.
Y nunca las ve.
No sé si lo entiendes. No las ve: las acumula.
Mi abuela ha perdido la cabeza más o menos desde que ha dejado de dominar sus esfínteres. O ha empezado a mearse encima desde que escucha voces que no existen. Según se mire. No sé lo que sucedió primero pero es, en esencia, lo mismo.
Así que mi padre, la sienta todas las mañanas frente al televisor encima de dos toallas y guarda en el disco duro American Gigoló. Confidencias a Medianoche. El Estrafalario Prisionero de Zenda.

2. Una tarde intento escribir un artículo sobre Ciudadano Kane que me ha encargado mi profesor de historia. Se trata de exponer si es una crítica o un elogio del periodismo. Son las cuatro y después de Saber y Ganar, mis padres cambian a Sálvame. Mi abuela ya ha empezado a farfullar:
Ya sabe usted que en esta casa sólo vive gentuza y está todo lleno de mierda.
Yo no sé qué decir de Ciudadano Kane. Podría escribir cualquier cosa. Pero la hoja sigue en blanco.
Ésta no es mi familia. Son unos impostores que me engañan y se comen mi comida y me roban el dinero.
Las frases de mi abuela se confunden con un debate sobre el retorno de Karmele Marchante. Kiko Matamoros la llama engendro. Lydia Lozano la llama mal compañera.
Mi padre cree que Karmele es imbécil. Mi madre la considera divertida.
Duermo en una cama llena de bichos que por la noche me comen el pelo- añade mi abuela.
La discusión sube de tono. Me pongo un lápiz en la boca. Jorge Javier intenta poner orden. Se está descargando La Guerra de los Rose. Cómo Matar a la Propia Esposa. Mi padre dice: "Cállate". Yo escribo una frase ingeniosa sobre el uso de la cámara de Orson Welles.
Mi madre dice a mi padre que todo le parece mal y que no grite. Mi padre dice a mi madre que siempre le tiene que llevar la contraria. Mi abuela dice "gentuza". Mi madre dice que nos van a oír los vecinos. Belén Esteban dice algo de la regla de Karmele. Mi padre dice: "coño", "joder". Mi madre dice "ya está bien".
Borro todo lo que he escrito. Intento volver a empezar.
El Hombre de una Tierra Salvaje.
Infierno de Cobardes.
Las Sandalias del Pescador.

3. Salgo de la habitación con paso firme.
Papa, ¿cuántas películas tienes descargadas?
Dos mil o tres mil.
¿Cómo? se escandaliza mi madre.
Mi padre sugiere:
¿Quieres ver alguna?
No. Sólo quería saber el dato.
¿Dos mil o tres mil? insiste mi madre.
¿Tienes Ciudadano Kane?
No dice mi padre.
Vuelvo a la habitación y pongo un cd de Mika para mitigar el ruido de fondo. Pero todo suma. Mi abuela. Mis padres. Sálvame. Mika.
Casi no puedo escuchar mis pensamientos: Ciu-da-da-no Ka-ne. Ciu-da-da-no Ka-ne...

4. Llega la noche y no he sido capaz de escribir ni una línea. Ni una palabra. La imagen de la página en blanco, vacía, me horroriza. Todo está en calma.
Le pregunto a una compañera: "¿Has escrito el artículo sobre Ciudadano Kane?". Me cuenta que no todavía, pero eso no me hace sentir mejor. Me dice que tiene cuatro cumpleaños esta semana. Le pregunto qué va a hacer. Dice que va a ir a los cuatro. Le digo que eso es imposible. Me dice:
-Sí. Dos el viernes y dos el sábado.
Pienso: "Está loca".
Cuando me meto en la cama repaso mi horario de mañana. Levantarme. Trabajar. Comer. Escribir. Ir a la universidad. Reunión de teatro. Cenar. Escribir. Acostarme.
Pienso: "Estoy loco".
Conozco gente que trabaja once horas diarias y ni siquiera come, pero eso no me hace sentir mejor.
Entonces, cierro los ojos y me enfrento al vacío más absoluto: oscuridad y silencio. No se escucha ni el ruido de la nevera.
Agarro las sábanas con fuerza y aprieto los ojos. Mis rodillas chocan entre ellas. 
Escondo la cabeza bajo la almohada. El sosiego silba en mis oídos.
Ni un solo sonido.
Hasta que no me duermo, no dejo de temblar.