14 de junio de 2012

FLORIDA: Land of Sunshine

Las gotas de lluvia golpeaban con fuerza el cristal de las ventanas. Me acordé de Londres. Eran las seis de la mañana y tenía los ojos abiertos como platos por el jet lag. Me levanté. Will todavía dormía. Me di una ducha de tres minutos. Me vestí. Me acerqué a la cocina y me serví un vaso de agua. Se suponía que teníamos que ir a Disneyworld.
En Orlando hay cuatro parques de atracciones: Disney, Universal, SeaWorld y Legoland. Dentro de cada uno de ellos, hay varios parques más. Por ejemplo, Disney tiene cuatro y Universal tiene dos. Esto es así porque es el estado en el que hace mejor tiempo de todo el país. Land of Sunshine, lo llaman. Pero desde que yo había llegado, no dejaba de llover.

MULA
Le pregunté a Will:
¿Cuánto van a costar las entradas a los parques, para que me haga una idea?
¿A cuáles te gustaría ir? -contestó Will.
A Disney y Universal.
Tranquilo, yo me encargo.
Will hablaba como un mafioso. Si eres de Orlando, tienes contactos en todas partes. En los hoteles, las tiendas de ropa, los parques temáticos. O al menos, él los tenía.
Así que, para empezar, consiguió pases gratuitos para los cuatro parques de Disney: Hollywood Studios, Animal Kingdom, Epcot y Magic Kingdom.
Así que desayunamos en Denny's unos huevos con salchichas, patatas, dos tortitas con nata y fresas y un batido. Teníamos todo el día por delante y ya no podía ni moverme. Will me dijo que ese era el típico desayuno norteamericano.
Si yo desayunara esto todos los días, pesaría 120 kilos.
Por eso yo sólo desayuno cereales.
¿Y qué coméis a mediodía?
Pues depende. A veces nada. Aquí no es como en España. No tenemos un descanso de dos horas para ir a sentarnos a algún lado y comer tranquilamente. Nuestra vida gira en torno al trabajo. La familia y los amigos no tienen la misma importancia. Por eso, echo de menos Barcelona. Por la calidad de vida.
Yo aquí me siento muy bien, excepto por la lluvia.
Porque estás de vacaciones. Pero si vivieras aquí te darías cuenta... Yo algunas veces ni siquiera tengo un break a mediodía. Le tengo que decir a alguien de la tienda que me traiga un sandwich.
Entramos a Disney acompañados de la madre de una amiga de Will que trabajaba allí. Nos dio tickets para los cuatro parques. Y no sólo eso, paseando por Hollywood Studios, vino otro amigo de Will a saludarnos. Nos regaló unas postales y unas pegatinas. Una chapa en la que ponía: "First visit!" para mí. Y una tarjeta que nos permitía hacernos fotos en los lugares más característicos con los fotógrafos oficiales. Después él nos las mandaría.
Will, no sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mí le dije.
No es nada decía Will.
Sólo le preocupaba la lluvia. A mí, no.
Pasamos el día en Disney. Visitamos los cuatro parques. Hubo lluvia intermitente. Eso nos permitió ahorrarnos algunas colas de gente que iba a refugiarse. Pero muchas de las atracciones eran cubiertas y el calor hizo que el día no se estropeara del todo. Montamos en las atracciones más conocidas. Paseamos. Incluso me compré un peluche de Mickey Mouse.
Dos días después, teníamos planeado conducir hasta Miami a pasar el fin de semana. Will seguía preocupado. Esperando en la puerta de Jennifer dentro del coche, caía un diluvio torrencial.
Me gustaría que conocieras la verdadera Florida. No tiene nada que ver con esto. Te ha tocado una mala semana.
Lo sé. No te preocupes.
Pero Will había dejado de sonreír.
Llamó a uno de sus amigos de Miami y le preguntó: ¿Qué tiempo hace por allí? Llueve, respondió. Y probó a llamar a otro amigo. Y otro más. Como si alguno de ellos fuera a desmentir lo que era más que evidente.
El problema era que Miami es South Beach y más allá de eso, no tiene mucho interés. Y si llovía, no tenía sentido moverse de Orlando.
Lo siento mucho insistía Will. Si tú quieres ir, vamos igualmente.
Will, no te preocupes, de verdad.
Entonces, uno de los amigos de Will escribió un mensaje que nos advertía que había aviso de tornado en Miami. En ese momento, nos rendimos.
Will me dijo:
Te voy a compensar como si fuera culpa suya todo aquello.
Yo le dije:
Te quiero mucho.

FLORIDA:
El caníbal de Miami
Inmigración
The Animal City
Las propinas
In God We Trust

8 de junio de 2012

FLORIDA: The Animal City

It's not Orlando anymore. This is the Animal City.

Así es como Will habla de su ciudad. Al volante de su BMW, me mira de costado con sus enormes ojos de dibujo animado y sonríe. Will es todo sonrisa. Trabaja para una firma de lujo en un centro comercial pijo de aquí. Ahora le acaban de ascender. Mientras busca una canción en su iphone, yo me quedo embobado mirando los semáforos que cuelgan de un cable de acero que atraviesa la carretera. Siempre me pasa en el extranjero. Me hipnotizan los paisajes y los pequeños detalles de las ciudades. Las señales de tráfico, los nombres de las calles. Will escoge una canción de Alejandra Guzman y vuelve a sonreírme. 

QUILES
Me dice que Orlando es una ciudad carnívora. Que las personas ya no son personas. Y que todo es irracional.
¿Conoces la canción?
¿Qué canción?
Animal City. De Shakira. Pues es lo mismo. Especialmente en los locales de ambiente. Cuando llega alguien nuevo a la ciudad y todos los chicos lo llaman: "Fresh meat" dice.
Entiendo.
Son caníbales. A eso me refiero. No te ven como a un ser humano. Solo eres un trozo de carne para ellos.
Will conduce tranquilo. Disfruta del aire entrando por la ventana. Es capaz de cantar desgarradamente un tema de Paulina Rubio, contarme un chiste y criticar las miserias del género humano en dos giros de volante.
Lo que voy a hacer es dejarte el coche para que puedas ir donde quieras los días que yo trabajo.
Pero, Will, yo no conduzco.
No puede ser.
Tengo carnet pero hace como ocho años que no cojo un coche.
Pero es que aquí todo el mundo conduce. No puedes ir a los sitios andando.
¿Y en transporte público?
Bueno, hay autobuses dice Will, pero solo lo cogen los pobres. No es muy cómodo y puede ser peligroso.
Pues yo paso de cogerte el BMW que seguro que lo estrello y aquí soy un ilegal sin papeles contesto.
Will se ríe y dice que ya encontraremos una solución.
Por la noche, cenamos en Margaritaville en el City Walk de Universal Studios. Aunque acabo de aterrizar, el ambiente me pone rápidamente en situación. Todo es a lo grande. La comida. Las luces. Los carteles. Los fuegos artificiales. Will me explica todo ese el rollo americano de las propinas y me enseña a hacer los cálculos. 
Después vamos a tomar una copa a Savoy, uno de los pocos bares gays que pueden estar abiertos un lunes. Hay poca gente, pero no nos importa. Solo queremos charlar y tomar algo antes de irnos a dormir. Es un lugar pequeño, bastante oscuro. Con una barra en medio y gente alrededor. Hoy, la clientela es tirando a mayor: un tipo con aspecto de cowboy, un grupo de cuarentones, un hombre con un parche en el ojo. Alguna mujer. Los únicos más jóvenes que nosotros, son los chicos que bailan en ropa interior sobre tres plataformas. Llevan metidos en el tanga por los lados billetes de un dólar que  los clientes les pueden poner como premio a su belleza. Ni a Will ni a mí nos parecen guapos. Y ni siquiera tienen cuerpos bonitos. De uno de ellos, dudamos si es mayor o menor de edad. Uno que no sabe bailar.
Parece que la crisis ha llegado hasta los bares de ambiente digo.
Es lunes. Seguro que los dólares de ese chico, se los ha puesto su madre añade Will.
De pronto, un hombre se nos acerca y le dice a Will: "Check your Grindr".
Grindr es una aplicación para móviles que permite enviar mensajes a los chicos homosexuales que tengas a tu alrededor en ese momento. Will lee el mensaje:
"I got my patch on you". 
¿Qué es eso?
Es el hombre sin ojo. Dice que "no me quita el parche de encima".
Joder.
Creepy dice Will.
Y no se me ocurre una palabra mejor en castellano para expresarlo.
Al poco rato, nos cansamos de estar allí y decidimos marchar a casa, así que me levanto para pagar las bebidas. Will me recuerda que tengo que calcular la propina y dársela al camarero. A lo que yo respondo:
Pero, ¿se la tengo que dar o se la pongo en el tanga?

FLORIDA:

5 de junio de 2012

FLORIDA: Inmigración

Aunque en el vídeo de American Airlines todo el personal de seguridad sonríe y es amable, lo que en realidad me encuentro en el control de aduanas es un tío con cara de perro que me dice que mi pasaporte está caducado y que no puedo entrar en los Estados Unidos. Estoy en el aeropuerto de Miami y casi se me para el corazón.

MULA
He tenido que rellenar en el avión un impreso en el que declaraba no traer frutas, legumbres, plantas, alimentos ni semillas. Tampoco ningún tipo de insecto. Ni carnes ni animales silvestres. Ni caracoles. Me lo ha dado un tipo con barba de  seguridad del aeropuerto de Barcelona. Otro cara de perro. Estaba haciendo cola para que la compañía emitiera mis billetes y de pronto me ha llevado aparte para interrogarme. Tenía acento norte-americano.
¿A dónde se dirige?
A Orlando.
¿Por qué motivo?
Vacaciones.
¿Por cuánto tiempo?
Una semana.
¿Cómo vuelve?
En avión.
Eso es lo que sucede por querer contestar demasiado deprisa.


El caraperro número uno ha detenido en seco su interrogatorio. Ha levantado la mirada del pasaporte. Desafiante. Como diciendo: "Cuidado, chaval. La seguridad de los Estados Unidos no es un juego, así que no te andes con gilipolleces". Pero, en realidad, no decía nada. Solo aguantaba la tensión del silencio.
Yo quería decirle que su pregunta estaba mal formulada y que si quería saber en qué aeropuerto hago escala a la vuelta, tendría que expresarlo de otra manera. Pero el tipo permanecía callado mirándome, así que le he dicho:
Escala en Nueva York.
Obviamente que vuelves en avión -ha insistido él.
Desde Nueva York.
Le pregunto por el recorrido.
Claro. Escala en Nueva York.
A la ida, no importa, porque es el mismo Estado. Pero, a la vuelta no veo ningún vuelo reservado.
En ese punto, he tenido serias dudas de que me estuviera escuchando, pero he insistido:
Hago escala en Nueva York.
Y sin volver a mirarme, me ha puesto una pegatina en el pasaporte, me ha entregado el formulario y me ha dejado marchar.
En el formulario me preguntaban si alguien había tocado mi maleta. Me preguntaban si había visitado una granja, un rancho o una pradera. Si había estado en las inmediaciones de ganado. Si llevaba más del equivalente a 10.000 dólares americanos. A todo he respondido que no. Por eso, no entiendo qué problema tiene el caraperro de aduanas y protección fronteriza del aeropuerto de Miami. Claro que llevo encima diez horas de vuelo y ya no sé ni qué hora es, ni dónde estoy, ni lo que me está diciendo en su inglés masticado de policía federal.  
Su pasaporte está caducado.
Yo solo quiero llegar a Orlando y que Will me dé un abrazo de bienvenida. 
He pasado ya un control y no ha habido ningún problema con el pasaporte -le digo.
Está caducado.
No, no lo está.
¿Es que eres un puto disco rayado?
Caduca en julio, el mes que viene. Y yo solo voy a estar una semana en Estados Unidos.
Deberías haberlo renovado antes de venir.
Cuando rellené el Electronic System for Travel Autorization puse la fecha de caducidad de mi pasaporte y me autorizaron la entrada al país -le digo mostrando el documento por el que tuve que pagar 14 dólares y nadie me está pidiendo.
Necesitas un pasaporte que por lo menos tenga vigencia durante seis meses para entrar a los Estados Unidos.
Escuche, vamos a ver... Yo me voy dentro de una semana, no necesito ni un mes ni seis. Me quedo en casa de un amigo. Por vacaciones. En Orlando. Me marcho el lunes que viene. No va a suponer ningún problema. Por favor.
El caraperro parece que se lo piensa. O busca una respuesta automática en su base de datos mental. Cada vez tengo más claro que no son humanos.
Finalmente, coge mi mano. Me toma las huellas dactilares y señalándome con un dedo, me advierte:
Tienes un mes para abandonar el país.
Y por fin me marcho, caminando deprisa, antes de que empiece la cuenta atrás. 
Tres horas después, en la terminal A del aeropuerto de Orlando, Will me da mi abrazo de bienvenida.

FLORIDA:

3 de junio de 2012

FLORIDA: El caníbal de Miami

¿Tiene usted alguna enfermedad contagiosa? ¿Algún trastorno físico o mental? ¿Es usted un adicto o abusa de las drogas?
Era mi primer viaje a Estados Unidos. La segunda vez en mi vida que salía de Europa. La primera, que cruzaba el Atlántico. Habían pasado sólo unos días desde que Elise me había explicado el caso del caníbal de Miami. Todavía no podía dormir del tirón.


No tenía muy claro qué ropa no llevarme. Como cada vez. Si pudiera, teletransportaría en cada viaje mi armario entero. Pero, como de momento no se ha inventado nada que lo permita, me veía en la obligación de descartar algunas prendas de más. Yo no soy un materialista frívolo amante de la moda, ni siquiera tengo mucha ropa. Todo es culpa de mi madre. Me educó para ser desmesuradamente precavido. Así que decidí preguntar directamente a Will.
Ropa de verano. Hace mucho calor.
Ya lo sé. Pero, ¿y si refresca por la noche?
No.
¿Y si se levanta un viento frío?
No.
¿Y si llueve?
Imposible.
Pero... calor. ¿Qué es calor?
Calor es calor. No te traigas nada. Aquí está super super hot.
Will me llamaba Moves like Jagger porque era la única canción que me hacía bailar de verdad.
¿Alguna vez ha sido arrestado por tráfico de sustancias u otras actividades inmorales?
Hacía muchos años que no se escuchaba un caso de canibalismo. De hecho, no recordaba ningún antecedente similar en el momento en que Elise me lo explicó. Faltaba justo una semana para mi vuelo.
¿Has leído lo del caníbal de Miami?
¿Miami? ¿Seguro que ha sido en Miami?
¿Está buscando trabajo en Estados Unidos? ¿Ha sido deportado anteriormente de nuestro país?
Había sido en Miami. Un tipo le había devorado la cara a otro. A plena luz del día, en una carretera, ante los coches que pasaban y las cámaras de seguridad. Un tío completamente desnudo le había comido a otro la nariz, la boca, un ojo y el resto de la cara. Sólo le había quedado el mentón.
¿Alguna vez se ha visto involucrado en casos de espionaje, sabotaje, actividades terroristas o genocidio?
Hasta entonces Miami era popular por las mansiones de los famosos, sus playas, sus enormes centros comerciales y el sabor latino del South Beach. Pero aquella historia lo estropeó todo. Mientras doblaba tres bañadores dentro de mi maleta, me preguntaba si se trataba de drogas, una secta o una maldición vudú.
El papeleo lo guardaba a parte. El pasaporte. El carnet de identidad. Y aquel absurdo cuestionario que autorizaba mi entrada a los Estados Unidos. Repasé de nuevo las preguntas, no fuera que hubiera escrito un sí o un no donde no tocaba.
¿Estuvo usted involucrado, de alguna manera, en las persecuciones asociadas a los nazis alemanes y sus aliados durante los años 1933 y 1945?
Esos malditos yanquis querían saber si  había sido cómplice de crímenes que sucedieron cincuenta años antes de que yo naciera. ¿Y a mí quién me aseguraba que un norteamericano loco no iba a zamparse mi cara?
Elise me dijo que la policía le había disparado y ahora estaba muerto. Pero por alguna razón, aquello no me tranquilizaba.
Cerré la maleta, despacio y me senté a pensar un rato sobre ella.
Mi avión salía temprano por la mañana.

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Inmigración
The Animal City
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Las propinas
In God We Trust