24 de octubre de 2012

ENGLAND: Camden Town

"It is silly not to hope, besides I believe it is a sin" (Ernest Hemingway, The Old Man and the Sea)

MULA

Cada uno de nosotros escoge el tipo de té que más nos apetece tomar como si eligiéramos al hombre de nuestra vida, y compartimos un trozo de pastel de chocolate. Es mi lugar favorito de Camden y creo que también el de María. Es lunes. Llueve. Todo es extraño. Nunca había estado en Londres en octubre. Nunca había paseado por Camden con las calles vacías.
—El camarero no está mal —le digo a María.
—Sí, pero creo que no es de los tuyos.
Es un local pequeño, como el comedor de mi casa, con la pared de ladrillo y cuadros colgados. El chico que nos atiende lleva tatuajes y sonríe de forma natural. Está con otros dos chavales que, o bien trabajan aquí, o son sus amigos. Es un ambiente muy familiar. María lleva una camiseta marrón y una especie de rebeca estampada. Le cuelga del cuello una cadena con una pequeña medalla en forma de libro:
—No podrás saber lo que pone. Son palabras de una página de una novela.
—Estás llena de secretos —le digo.
María es el tipo de chica con la que puedes hablar de sexo sin que se ponga colorada. Su vida es un magnífico guion que Almodóvar se está perdiendo. Vino a Londres a trabajar durante las Olimpiadas y ha decidido quedarse. Ahora tiene que encontrar otro trabajo. No le será difícil. Su inglés es excelente y es una gran cocinera.
—Estás guapérrima, María. Te lo juro.
—Cállate, anda. No me hagas la pelota.
Mi madre querría como nuera a una mujer como María. Y, probablemente, no sea la única.
Uno de los chicos a mi izquierda está leyendo un libro titulado The Essential Hemingway. Lleva unos tejanos rotos y un flequillo que le tapa los ojos. Mientras lee, toma notas en un folio de color amarillo. Comenta con su amigo, más joven, uno de los pasajes mientras comparten un té. —Quiero vivir aquí. Quiero ser como ellos —le digo a María.
—Puedes hacerlo.
—No es tan fácil.
—¿Por qué?
—No lo sé.
Tengo en el bolsillo de la chaqueta un bolígrafo y una libreta que compré en WHSmith. Es una Moleskine. Un tipo de cuaderno que, según dicen, fue utilizado por artistas e intelectuales como Van Gogh, Picasso, Hemingway o Bruce Chatwin. Un simple rectángulo negro, con las esquinas redondeadas, un cierre de goma para sujetar las páginas y un bolsillo interior que me hacen sentir escritor. Salimos de la tetería y me pongo la mano en el pecho para tocar la libreta y asegurarme que aún sigue ahí.
—¿Qué quieres hacer ahora?
Entramos a un pub. Es mediodía. Huele a madera y a cerveza. Hay un partido de críquet en la televisión. Somos los únicos españoles. Pido un English breakfast. Me gusta comerlo cuando estoy por aquí. Tardan mucho en servirnos y no nos tratan demasiado bien. 
María me dice: "Tienes planta, tú". Me dice: "Me gustan tus brazos". 
"Estás bueno".
Por eso me gusta estar con ella.
—Tienes ganas de novio —continúa.
—¿Por qué lo dices?
—Porque los miras a todos.
—Sí, pero estoy harto. 
—¿De qué?
—De que me rompan el corazón.
—Así es la vida. No eres el único. La última vez que me rompieron el corazón, me tuve que ir a vomitar al baño.
Aquí nadie me habla de la crisis, ni de la independencia de Catalunya. Nadie me habla de votos, elecciones, política, corrupción, paro ni recortes. Es como un oasis. Un respiro de la asfixiante realidad española. Adoro el aire de esta isla.

ENGLAND:
Oh, Ryanair, I hate you
Flirt 
A house in Bournemouth
The Triangle
Gay Bingo
Exeter
Stratford
Capítulo final

18 de octubre de 2012

ENGLAND: Oh, Ryanair, I hate you

You've ruined our holiday! No, boss, you ruined your holiday. Well, how'd you work that one out? Because you was a cheapskate and you booked with a crap airline, isn't it? (Come Fly with Me)

BBC
Me ha tocado la más tonta de las dos. Lo sé porque necesita consultar con su compañera todo lo que le pregunto. Puede que no sea tonta, solo nueva. O las dos cosas. Para el caso es lo mismo. Solo quiero coger el puto avión e irme de vacaciones.
Ya me dijo mi madre que estaba loco, que no volara con Ryanair porque había visto en La noria que era muy peligroso.
—Mamá, ya no se llama La noria, se llama El gran debate.
—¡Ay, hijo mío! ¡Qué disgusto!
Mis padres ven Telecinco, así que las dos únicas compañías aéreas que conocen son Spanair y ésta con la que me está tocando lidiar. Otra vez. Ojalá sea la última. 
Llego al aeropuerto con el papelito de mi reserva en una mano y mi equipaje en la otra. Reconozco en seguida el mostrador de Ryanair porque hay una mujer en el suelo sacando bragas de su maleta y metiéndoselas en el bolso. Me prometo a mí mismo no acabar haciendo nada parecido. Estoy listo para lo peor. Odio tanto Ryanair...
La verdad es que ni siquiera quería volar con ellos. No por miedo a que el avión se caiga, sino porque siempre encuentran alguna pega para cobrarme más y, al final, no sirve de nada lo que me ahorro con el bajo precio del billete. Pero el caso es que la página de Atrapalo me engañó. Antes escogías según la compañía aérea, el precio y el horario. Ahora para todas pone lowcost. Así que te puede tocar Ryanair, aunque no quieras, o cualquier otra. Es cuestión de suerte. Un riesgo. La ruleta rusa de los vuelos baratos.
—Vas a morir —me dijo Chuck cuando se enteró—. El avión se estrellará. Se quedará sin combustible y morirás calcinado en algún lugar de Francia.
A mi amigo Chuck le dan miedo volar. No tiene miedo a follar sin condón, ni a conducir borracho, pero la simple idea de subir a un avión le pone los pelos de punta. Puede parecer anacrónico y estúpido, pero es muy común. Salí con un chico que para poder volar se tomaba una pastilla de orfidal. Se colocaba y me preguntaba por el tamaño de la polla de los hombres con los que había estado. Pero podría ser peor... conozco mucha gente que directamente se niega a viajar por miedo.
—Tienes tres kilos de sobrepeso —dice la escotada que me atiende en un tono parecido al de azafata del Un, dos, tres. De hecho, lleva unas gafas de pasta similares a las del concurso. 
—¿Puedo pagar el sobrepeso? —le digo. 
La paz en mí. 
La paz en mí...
La chica me mira con horror. Otra pregunta que no sabe responde.
—Este chico quiere pagar el sobrepeso de su equipaje de mano —le cuenta a su compañera.
La otra azafata del Un, dos, tres, con idénticas gafas de pasta y escote, se acerca y me dice:
—Tienes tres kilos de sobrepeso.
—Sí. Eso ya lo sé.
Saco mi tarjeta de crédito dispuesto a pagar lo que sea.
—Lo siento. Pero no aceptamos sobrepeso en el equipaje de mano. 
—Solo son tres kilos.
Tres kilos de bragas se ha metido esa mujer de antes en el bolso. No tengo escapatoria.
Vas a tener que facturar —dice la lista y se vuelve a su lugar.
Me quedo mirándola fijamente, quiero que note que deseo asesinarla con poderes telequinésicos que en realidad no poseo. Pero me ignora y atiende a otros pasajeros.
Solo llevo una maleta. La maleta de mano. Nada de bolsos ni mochilas. Así que tengo pocas opciones. Puedo tirar tres kilos de ropa a la basura. Puedo ponerme tres kilos de ropa encima de la que ya llevo. 
—¿Qué eso lo que desea hacer, señor? Hay gente esperando.
Puedo estampar la cara de inepta de esta mujer y ser detenido por la policía. 
O puedo simplemente facturar.
—Sé que voy a arrepentirme de esto, pero voy a facturar.
—Muy bien, señor. Son 100 euros.
—¿100 euros?
—100 euros, sí. 
En efecto, voy a arrepentirme.
Por internet es más barato.
—Sí, incluso mi billete es más barato que eso. Me saldría más a cuenta pagarle un asiento a la maleta que facturarla.
La chica ha dejado de sonreír. Justo ahora que yo empezaba a ponerme gracioso.
Miro hacia atrás. Unas treinta personas esperan haciendo cola. No tengo paciencia suficiente para arreglar todo esto de ninguna otra manera que no sea ser timado. De repente, encuentro cierta dignidad en la estafa. 
Vuelvo a mirar a mi lerda interlocutora. 
—Cóbrame —digo, como si el dinero fuera algo que está muy por debajo de mis preocupaciones.
100 euros.
Me arrepiento en el mismo momento de hacerlo. Pero me queda la satisfacción de poder marcharme de ese mostrardor y empezar mi viaje.
Me prometo a mí mismo que no contárselo a nadie.

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Capítulo final