31 de marzo de 2013

MIRADAS

"El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada" (Gustavo Adolfo Bécquer)


1
Jota me dice que en gimnasios como Holmes o Cosmopolitan follan en las duchas. Yo le digo que no puede ser. Él me dice que sí, que se lo ha dicho un amigo.
A última hora de la noche, cuando ya van a cerrar. Tú vas a las duchas, hay muy poca gente. Dejas la puerta de la ducha abierta y esperas. Los otros chicos ya lo saben y van.
¿Y qué pasa con los heterosexuales?
No pasa nada. Como puedes cerrarte con pestillo, es muy discreto.
Estamos sentados en unas escaleras del parque de Joan Miró. Con los primeros rayos de sol de la primavera, cualquier conversación suena agradable. Jota se enciende un cigarrillo. Son las cuatro de la tarde.  Justo enfrente tenemos el Centro Comercial Las Arenas. Parece un ovni a punto de despegar.
Yo nunca haría eso.
Bueno, yo tampoco.
No creo ni siquiera que pase en mi gimnasio.
¿A qué gimnasio vas?
Europolis.
De todas formas, seguro que van más gais de lo que te piensas.

2
El espejo que está en la zona de pesas da una imagen distorsionada de la realidad. Quizás es que lo han colocado mal. La parte central está ligeramente abombada de manera que se te ve más amplio de lo que eres. Mientras levanto un par de mancuernas de ocho kilos, me miro los brazos. Nunca me había sentido tan fuerte. Pero es solo una apariencia. Si está hecho expresamente, alguien de por aquí es un genio retorcido.
Un chico de ojos azules mira mi reflejo en el espejo. Me mira los brazos. Yo le miro los ojos mirándome los brazos. Después, me mira a los ojos. Yo miro al suelo. Siempre tengo cuidado en el gimnasio. Aquí todo el mundo tiene una edad indeterminada entre 16 y 31 años. Debe ser la luz o que nunca me pongo las lentillas.
Según Jota, a los gais se les nota en la mirada. Qué miran. Cómo miran. Cuántas veces miran. Yo siempre me equivoco. O eso creo. Además, están todos esos heterosexuales amantes del culto al cuerpo que hacen que todo sea confuso.
Cojo mi toalla y me voy hacia una máquina. En Europolis hay que ser un experto para hacer según qué ejercicios. Las bicicletas estáticas parecen pequeñas naves espaciales. Cuando estoy cansado, me pongo a hacer pierna. Es un ejercicio que nadie quiere hacer, así que no tengo que esperar ni pelearme. Pongo la toalla sobre el asiento y empiezo a calentar con poco peso.
Justo delante de mí, hay un cartel que dice «Invita a un amigo a visitar nuestras instalaciones». Siempre hay alguna promoción de este tipo. Tengo las piernas más débiles del mundo. Paro un momento a descansar. El chico de los ojos azules pasa justo delante de mí. Se me queda mirando fijamente. Joder. Parece muy descarado. Aparto la mirada. No tengo ningún espejo cerca. Vuelvo a mirarle y sigue mirándome. Así hasta tres veces. Hasta que se pierde detrás de mí. Creo que esta vez no me equivoco.
Sigo con mi ejercicio concentrando la mirada en el cartel promocional. Entonces, me doy cuenta. Justo debajo de Europolis dice: «Grupo Holmes».
El chico de los ojos azules aparece por mi izquierda otra vez. Vuelve a mirarme. Se para delante de mí. Yo no sé qué hacer. Se acerca directamente. Le miro. No le miro. Le vuelvo a mirar. Paro de hacer el ejercicio. Estoy sentado en esta máquina aparatosa y el chico de los ojos azules de pie mirándome a un metro de mí. Le digo: «Hola». Me dice: «Hola». Y señala el asiento.
Esa toalla es mía.
La miro. Mierda. Tiene razón. Se la doy. ¿Dónde coño he dejado la mía?

3
Llego a casa. Me he dado una ducha más rápida de lo habitual. Tiro al suelo la mochila y me siento a escribir un artículo para una revista. Abro el Facebook en una pantalla. En otra, el Twitter. En la última, una página de contactos, por ejemplo, GayRomeo. Cualquier distracción es buena, no sea que termine mi artículo demasiado deprisa y tenga tiempo para reflexionar sobre mi patética forma de vida.
Llevo algunas líneas, no estoy demasiado convencido de los que estoy diciendo, cuando recibo un mensaje. Me dirijo a GayRomeo. Me ha escrito un desconocido que se hace llamar Machotegym.
El mensaje de Machotegym es el siguiente: «Cómo me pones, guapo. Nunca te he visto en el gimnasio». No tiene foto de cara. Solo dos del torso y varias de su polla. Su polla erecta. Su polla erecta de perfil. Su polla fláccida. Contesto: «¿Cómo sabes a qué gimnasio voy?». Y él dice: «Tienes una foto en el vestuario. Lo he reconocido. ¿Tú a qué hora vas? Cuando te vea te voy a follar en la ducha. Jejeje».
Tengo que seguir con mi artículo. El tipo no me despierta ningún interés más que el puramente sociológico.
Como no le contesto, vuelve a insistir: «¿Ya tienes un workout buddy?». Le digo que no. Y que no me interesa. Que prefiero entrenar solo y que no follo en las duchas. Finalmente, escribe: «Eres un soso y un poco gilipollas».
Termino mi artículo y cambio la foto del vestuario por otra en el parque de Joan Miró.

26 de marzo de 2013

TESTOSTERONA

"No se te olvide que lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. Excepto el herpes, eso sí te lo traes" (Resacón en Las Vegas de Todd Philips)

FOX
1
No es nada del otro mundo. En apariencia, un grotesco hervidero de testosterona, histriónico, decadente y fuera de control. Pero si te fijas bien, todo es pactado. Nada se sale del guión establecido. El alcohol, los disfraces, el escándalo, el mal gusto, el despelote y demás es exactamente lo que se espera que pase. Y así pasa. Y sus novias lo saben. Y a todo el mundo le parece bien porque no son más que ingenuos niños haciendo el gamberro. 
Tú no tienes ningún interés en estar ahí, como de costumbre, pero tu amigo de la infancia va a casarse y quiere que estés en su despedida de soltero con el resto de hombres heterosexuales. El problema es que tú no eres heterosexual y hace años que perdiste toda capacidad de diversión. La diversión es un placer irracional. Pero tú no puedes dejar de pensar a cada momento lo que estás haciendo y lo que vas a hacer después y lo que están haciendo los demás. No eres más que un fantoche cerebral que observa, juzga y reflexiona.

2
Habéis disfrazado al novio de animadora de fútbol americano. Falda. Medias. Tetas postizas. Lo habéis maquillado como se maquillaría una prostituta durante un terremoto. Os habéis puesto unas camisetas de baloncesto encima de la ropa porque hace demasiado frío. Un cubata, dos cubatas, tres cubatas antes de salir. La noche va a ser larga. Lo paseáis por el barrio. A nadie parece importarle demasiado. Cogéis el metro. Hacéis que el novio se haga fotos con la gente. Hay tres tipos de reacciones: indiferencia, rechazo o complicidad compasiva. Tu sentido del ridículo es lo que menos te importa cuando te das cuenta de que no son ni siquiera las nueve de la noche.
Llegáis a un restaurante de la Barceloneta. Está todo organizado. ¿Por qué pagar 50 euros por un restaurante con un menú que no vale ni 10 y la entrada a una discoteca por la que no pagarías ni 5? Por tres motivos. El primero es que te aíslan en un salón en el que puedes hacer todo el escándalo que quieras. Puedes subirte encima de la mesa a bailar. Puedes desnudarte y correr alrededor. Podrías violar una virgen allí mismo o degollar a un jabalí vocinglero que no te llamarían la atención. El segundo motivo es la barra libre. Y el tercer motivo es la stripper. 
Se hace llamar SexySandra. Tú hubieras preferido ir de putas. Nunca has estado en un prostíbulo. Te hubiera encantado entrar y tomarte una copa en la barra. Que se te acercaran las putas y trataran de seducirte. Ver cómo es. Ver qué te dicen. Pero eso no es divertido para ellos. Tienen miedo de sí mismos. Te miraron asustados, como a un loco, cuando lo propusiste. Eso no es lo que se supone que tiene que pasar. SexySandra es lo que está previsto. 
SexySandra ha venido con una capa negra y un corpiño de cuero del que se ha ido quitando varias partes. A juzgar por su cara, debe pasar los 40. No quiere que le hagáis fotos. Es flaca, artificial. Sabe cómo moverse. Sonríe como si le cayéramos bien mientras baila una canción rockera. Una vez en tanga y sujetador (también de cuero), toma una bolsa de nubes de azúcar de la mano de su asistente. Os pone a todos de pie. Todavía tienes restos de mortadela entre los dientes. Se dirige primero al novio. Se pone una nube entre los dientes y le incita a compartirla. Sus labios se acercan peligrosamente hasta que la nube se rompe. De manera similar, juega con cada uno de los invitados, en estricto orden por cómo estáis sentados. Cuando está a punto de tocarte a ti, te das cuenta de que solamente le quedan dos nubes en la bolsita. Tus amigos están deseando comerle de los tirantes o del culo la golosina y tú vas a impedírselo por comerte la última. Así que te apartas. Les dejas pasar. Te vas hasta el fondo de la sala. Pero SexySandra ya tiene muchas tablas y no te va a dejar escapar tan fácilmente. Su asistente tiene preparada otra bolsa de nubecitas. Tus compañeros podrán jugar también.
A ti, como castigo, te va a tocar comérsela directamente del coño. No es broma. SexySandra es vengativa. Se baja el tanga hasta la mitad. Va totalmente depilada. Coloca la chuchería en la braguita, justo encima de su vagina. Te agarra por el cogote y te aplasta contra su chocho imberbe. Tus amigos aplauden como locos. Silban. Gritan. Pero eso no es todo. SexySandra se coloca otra nube entre las tetas. Te agarra otra vez la cabeza y te aplasta contra ellas. Son duras como rocas. No has sentido nada igual antes. Casi te rompe la nariz.

3
Antes de las tres de la mañana, casi ninguno de vosotros puede con su alma. Los años no perdonan. El alcohol ya no estimula como antes. En la discoteca, ya te has tomado la copa que te corresponde. Tu última copa. La mayoría de vosotros ha perdido los disfraces por el camino. Al novio solo le queda una teta. El local está medio vacío. La crisis. El frío. Es una discoteca de mierda, no nos engañemos. Otras despedidas  de soltera llenan la pista. Mujeres de 60 años con pollas en la cabeza te dice que lo vuestro podría ser peor. 
Te apartas a un rincón mientras algunos de tus amigos flirtean con chicas con las que no sucederá nada. Solo bailar agarrado, muy cerquita, decirse algo en el oído, sonreír, tocarse el pelo y después decir: "Lo siento pero tengo novia". También forma parte del plan. No supone ningún riesgo. Y sus novias lo saben. Y también lo hacen. Es solo un juego.
En tu esquina, empiezas a planear marcharte de allí. Sacas el móvil. Visitas facebook. Visitas twitter. Entras a whatsapp. Abres una conversación y escribes: "Te echo de menos. Me encantaría dormir contigo esta noche".
Entonces, se acerca tu amigo Félix con la camista totalmente desabrochada y apestando a vodka. 
¿Qué haces?
—Hablar por whatsapp.
Enséñame una polla.
¿Cómo?
Una foto de una polla.
¿Qué dices?
Venga, eres gay. ¿No tienes fotos de pollas en el móvil?
No.
Tus amantes seguro que te mandan fotos de su polla. Eres gay. Seguro que lo hacen. De sus pollas erectas. Tienes que tener un montón. Enséñamelas.
Lo siento, pero no tengo.
Es cierto. No tienes.
Joder, eres un soso.
Y tiene razón. Te alejas de él. Vas al baño en el piso de arriba. Huele a meados desde diez metros de distancia. En el espejo, tres negros se están peinando y colocándose sus respectivas gorras. Saludas. Echas una meada de tres minutos. En la pared, hay una pintada con rotulador que dice: "Sexo es follar por el culo, lo demás es postureo". Al salir, te cruzas con el novio. Apenas te reconoce. Le saludas y se ríe.
Vuelves a tu rincón. Abres whatsapp. Última vez hoy a las 02:34. Vas a dormir solo otra vez.
Entonces, se te acerca una chica. Es guapa. 
Hola, ¿qué tal? ¿Qué haces aquí solito?
Es extraño que cuanto menos interés tengas en ligar, más se te acerquen a hablarte.
Aquí estoy.
¿Y tus amigos? ¿Por qué no estás con ellos?
—Porque ya me voy.
¿No te gusta este sitio?
Hubiera preferido ir de putas.

20 de marzo de 2013

TRIUNFAR

"There's only one thing stranger than what's going on inside his head. What's going on outside" (Barton Fink de Joel & Ethan Coen)

FOX


1
Pues yo tengo una idea genial para una obra de teatro me dice.
Tiene un flequillo negro y brillante que empieza en el cogote y desciende lánguido por la cabeza y la frente hasta esquivar el ojo derecho justo cuando llega a la altura de las cejas.
No recuerdo cómo se llama, pero él se ha dirigido a mí por mi nombre ya dos veces, lo que resulta muy incómodo.
—Es una idea buenísima y muy sencilla de hacer que tendría mucho éxito...
Cuanto mejor habla de su propia idea menos ganas tengo de oírla. Ha creado unas expectativas tan altas que va a parecerme una mierda. Y no voy a saber qué cara poner. Ni qué decir. Y ni siquiera sé cómo se llama.
Sucede a veces. Esa es la razón por la que no me gusta hablar con desconocidos. Te preguntan qué haces y tú dices:  «Escribo». Y te mandan un archivo con 100 relatos que nunca vas a leer. Les dices que eres actor y te dan su videobook y un CD con fotos. 
—Disculpa, creo que no me he explicado bien. Yo no me gano la vida con esto. Quiero decir, lo intento. Ya me gustaría. Pero, en realidad, no soy nadie. Trabajo en una oficina, ¿comprendes?
Y, entonces, además de agregarte al facebook, quieren que lleves su currículum a los de recursos humanos.

2
Estoy en una fiesta de cumpleaños en la que no conozco a nadie. Jota cumple 28. Es un buen chico. Rubio. Toca la guitarra. Compuso un par de cosas para un proyecto mío que nunca se llevó a cabo. Me cae bien. Yo a él también. Eso creo, porque me ha invitado a su fiesta. Pero estoy cansado hasta para emborracharme y no me interesa ninguna de las conversaciones. Y el plasta del flequillo no para de darle vueltas a cuatro frases tópicas sobre su supuesta idea genial:
—No sé si debería decírtelo. Ya sabes. Tú eres escritor y podrías robármela.
—Tienes razón. Podría robártela.
—De todas formas, me voy a arriesgar. Te lo voy a contar porque pareces buen tío y de confianza.
Siempre pierdo en este tipo de juegos de ingenio.
—Vale, de acuerdo.
—Es una idea genial. Ahora lo verás.
—¿Y por qué no la escribes?
—¿Escribirla? ¿Yo? ¡Uy, sí! Me encantaría... si tuviera tiempo. Pero estoy superliado preparando... estudiando... el postgrado. 
—¿Qué estudias?
—Contabilidad.
Me quiero ir. Busco a mi amigo con la mirada. La mayoría en esta fiesta son mujeres. Una chica alta con trenzas se ha derramado un vaso de vermú sobre las tetas. No sé si por accidente o con qué intención. En el sofá del fondo, dos jóvenes atractivos se besan sentados junto a un chico bajito que trata de seducir a una mujer que ni siquiera le mira. Un señor mayor con cara de no saber de dónde ha salido se pasea entre la gente. Es un comedor grande de un piso del Eixample. Mi amigo tiene a cuatro mujeres alrededor hablándole muy deprisa, moviendo las manos y explotando en risas escandalosas que, a veces, él comparte. Le saludo con la mano. Él hace lo mismo. Intento que entienda que quiero que venga a rescatarme pero no lo consigo. Bastante tiene con rescatarse a sí mismo.

3
Cada tres palabras, respira y da un golpe seco con el cuello para apartarse el flequillo de la cara. Su idea es algo así como una obra de misterio en monólogos. Cada personaje es sospechoso de un asesinato como en una novela de Agatha Christie y el público tiene que adivinar quién es el verdadero culpable. Pero, al final, resulta que es un manicomio y que todos están locos y ni siquiera ha habido ningún asesinato. O algo así. La verdad es que ni siquiera sé si es una buena idea o una idea de mierda porque ni siquiera la he entendido.
—¿Qué te parece? —dice.
—Es original. 
—La gente va a flipar. 
—Sí.
—Si quieres escribirla, lo hablamos. Podríamos trabajarla juntos.
—Lo hablamos. Agrégame al facebook.
Tal vez acabemos follando después de todo.
La chica del vermú sobre las tetas ahora se está desnudando. Alguien ha subido la música. La gente está borracha. No sé lo que está pasando. Un argentino se ha puesto a tocar un tambor con un porro en la boca. Mi amigo se acerca y me dice: 
—¿Lo estás pasando bien?
—Sí —digo.
Dos mujeres obesas se han subido a bailar encima de la mesa. Se va a romper. O eso espero. El chico del flequillo sigue a mi lado, pero no hablamos. Solo miramos la locura. Es como observar la creación del universo. Un Big Bang de seres absurdos descontrolados.
—Alguien ha estado repartiendo una droga que no ha llegado hasta nosotros —bromeo.
La mayoría de estas personas son artistas. Músicos, escritores, actores, pintores. Creadores incombustibles  muriéndose de hambre. Algunos de ellos con mucho talento. Otros no tanto. Pero todos con la misma ilusión y las mismas ganas de dar con la oportunidad que les hará triunfar.
Mi madre siempre me dice: «A ver si te ve alguien y te descubre. A ver si te lleva a la tele o te da un trabajo de lo tuyo». Mi madre me quiere mucho, pero eso nunca va a pasar. Las cosas no funcionan así. Nadie descubre a nadie. No hay cazatalentos. No existe el manager que te ayudará a llegar a lo más alto. No somos más que una ingente masa de perdedores pidiéndonos favores sin ofrecer nada a cambio.
Nadie de esta fiesta triunfará nunca. El mundo no está hecho para gente como nosotros. Estaríamos dispuestos a chupársela a quien hiciera falta, pero ni siquiera sabemos cuales son las pollas adecuadas.

10 de marzo de 2013

FICCIÓN

"Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare" (Jorge Luis Borges)

FOX

1. No podía dormir. Era la tercera vez que trataba de dejar el café en una semana. Pero sucede que bajas al bar y tienes sueño porque te acostaste tarde la noche anterior. Y no es que no sepas cómo remontar la mañana en el trabajo, sino que aparece la camarera con prisas frente a ti y en esos segundos de tensión no sale de tu boca más que el automatismo de siempre: «un café con leche, por favor».
Había tomado un café con leche por la mañana. Otro después de comer, huyendo de una siesta que no me podía permitir. Y un cortado, por la tarde, en una cita absurda con un chico aficionado al cine francés que llevaba en la muñeca tatuadas las iniciales de su madre. El sitio era bonito. Y el papel pintado de las paredes muy bien escogido, a juego con los manteles y la tapicería de las sillas.
No podía dormir. Maldita sea. Las manecillas de mi nuevo despertador marcaban con estruendo cada segundo. TIC. TAC. TIC. TAC. Era insoportable. En el silencio de la noche, aquel discreto sonido resultaba atronador y parecía la única causa de mi insomnio. Lorena, mi compañera de trabajo, me lo había advertido:
—Yo no tengo despertador porque no soporto el sonido de las manecillas de madrugada.
 «Menuda loca», pensé.
Me levanté de la cama. Intenté escribir algo para distraerme. Algo sobre mi jefe. Sobre sus calcetines de cuadros y su montura de gafas marrón. Un relato sobre su impávida cara de culo y su americana con coderas. Sobre las aletas de su nariz abriéndose y cerrándose cuando me vio llegar con cuarenta minutos de retraso a trabajar y yo le dije que el despertador del móvil no había sonado y no sabía por qué y él me dijo:
—Cómprate un despertador de verdad.
Y yo dije:
—Necesito un café.

2. La verdadera razón por la que no podía dormir era mi fatigante adicción a la tristeza, casi tan intensa como la del café. No podía dormir porque no podía dejar de pensar. Joder. Qué vicio tan asqueroso. ¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Hasta cuándo voy a tener que aguantar en este trabajo de mierda? ¿Por qué no tengo suerte en el amor? ¿Cuándo me confirmarán las vacaciones?
Todo parecía en calma después de cenar, hasta que me metía entre las sábanas y acudían a mi cabeza todas esas preguntas miserables en un tonto automatismo como el de «un café con leche, por favor». Así que me levantaba a escribir algo que es lo único que sé hacer cuando estoy triste.
—Tienes que dejar de escribir sobre el jefe —me dijo Lorena aquella mañana.
—¿Por qué? Yo escribo sobre lo que quiero.
—Sí, pero puede leerlo y se puede molestar.
Una de las cosas que más odiaba era que me dijeran sobre qué puedo o no puedo escribir. Conectaba con el enfado infantil más profundo de mi subconsciente. ¿Que no puedo escribir sobre qué? Era lo peor que se me podía decir porque entonces iba a escribir sin parar sobre eso para demostrarle al mundo que tenía más cojones que nadie, aunque fuera solo una pose.
—Yo escribo ficción. 
—Basada en la realidad.
—No. Es ficción. Yo escribo sobre el jefe, pero no es nuestro jefe en concreto. Es un jefe simbólico, la idea de «el jefe», digamos, el jefe de todo el mundo... No puede enfadarse por eso. Sabe perfectamente que lo que digo no es estrictamente sobre él. Digamos, no es la verdad.
—Es la verdad, en parte.
—Pero podría no serlo.
—¿Y por qué escribes en primera persona?
—Porque me sale de la polla.
—Estás insoportable, hoy. 
—No he dormido bien.

3. Eran las dos de la mañana y ya casi había terminado un relato en que le bajaba los pantalones a mi jefe en medio de la oficina. Llevaba unos calzoncillos blancos con corazones rojos y todos se reían de él y conseguía que me despidiera. No estaba quedando mal del todo partiendo de una idea tan mala. Pero la voz de Lorena iba y venía a mi cabeza como el TIC-TAC de mi nuevo despertador, segundo a segundo, repitiendo su maternal «no deberías». Me quedaba un parágrafo. Quizás menos. Pero seguía sin tener nada de sueño. En ese momento, llamaron al timbre de la puerta. ¿Qué coño? ¿Quién puede estar llamando a estas horas? Me quedé paralizado unos segundos. El timbre volvió a sonar. Podría ser un borracho que se estaba equivocando de puerta. Me asomé al pasillo desde mi habitación. Parecía más largo y oscuro de lo habitual. Pensé en el cuervo de Edgar Allan Poe y decidí avanzar hasta el recibidor antes de volverme loco. Ya frente a la puerta, sonó el timbre por tercera vez. Respiré hondo, mis piernas apenas podían sostenerme con seguridad, y eché un vistazo por la mirilla. Al otro lado, estaba mi jefe, con sus gafas de montura marrón y su americana con coderas. ¿Qué está pasando aquí? Abrí de golpe la puerta sin poder contener mi sorpresa. Tenía los pantalones bajados y unos calzoncillos blancos con corazones rojos.
—¿Quieres dejar de escribir sobre mí? —me dijo.
—No escribo sobre ti. Es ficción —contesté.
En ese momento me di cuenta de que por fin había conseguido dormirme.